Oviedo, Mario D. BRAÑA

Payer, Garics, Prödl, Pogatetz, Garcaliu, Leitgeb, Säumel, Ivanschitz, Fuchs, Harnik y Linz son los once jugadores que el seleccionador austriaco, Josef Hickersberger, alineó inicialmente en el último partido de preparación para la Eurocopa. Ellos y otros, también desconocidos para el gran público, tendrán la complicada misión de hacer el digno papel que se exige al anfitrión de cualquier gran torneo. Lejos quedan los tiempos de Prohaska, Schachner o Krankl, cuando Austria era capaz de plantar cara a los grandes. O, más recientemente, cuando tuvo en Anton Polster un goleador de talla mundial.

Aquella selección griega de finales de los 70 y comienzos de los 80 quedó grabada a fuego en la memoria de la afición española. Amargó el debut de la selección dirigida por Kubala en el Mundial-78 de Argentina, ya que los goles de Schachner y Krankl hicieron inútil el de Dani (2-1). Austria quedó campeona de un grupo en el que también estaba Brasil, que se salvó de la eliminación por el famoso gol fallado por Cardeñosa.

Cuatro años después, Austria destacó por razones no estrictamente futbolísticas, como muy bien saben los aficionados asturianos. El 25 de junio de 1982, los jugadores austriacos y alemanes convirtieron su partido del Mundial de España en una pantomima que quedó para la historia como «la vergüenza de El Molinón». El gigante Hrubesch logró el 1-0 a los diez minutos y, a partir de ahí, se consumó el tongo. Una triquiñuela que no sirvió a Austria para mejorar el tercer puesto del Mundial-54, en Suiza, con la que comparte ahora la organización de la Eurocopa.

Su condición de anfitrión permitirá a Austria disputar su primera fase final continental. Un síntoma del auténtico nivel de su fútbol. El sportinguista Bilic, que jugó hasta diciembre en el Rapid de Viena, lo sabe de primera mano. «Tienen mucho orgullo y hablan de clasificarse para los cuartos, pese a que están en el grupo de Alemania y Croacia. Pero, a la hora de la verdad, les entra el pánico. Como en el último amistoso, que ganaban 3-0 a Holanda a la media hora y acabaron perdiendo».

Ahora la figura austriaca es Ivanschitz, que a diferencia de sus antecesores no ha llegado más allá de la Liga griega, que juega con el Panathinaikos. Es el capitán y estandarte de la nueva hornada de futbolistas que preparará con mimo la Eurocopa. La Liga en Austria acabará el 25 de abril, con lo que Hickersberger tendrá mes y medio para trabajar con sus chicos. Si llega, ya que el seleccionador ha sido cuestionado tras las últimas derrotas.

Los jugadores austriacos sólo mantienen una de las condiciones que, en su momento, les hizo competitivos: su fortaleza física. Técnica y tácticamente muestran muchas carencias. Según Bilic, por la falta de buenos entrenadores en las categorías inferiores. Además, a diferencia de otros países, no sacan partido de los frutos de la emigración. Aunque no hay nada escrito, el seleccionador siempre antepone al jugador cien por ciento austriaco respecto a los hijos de inmigrantes.

Bilic sí está seguro de que, organizativamente, los austriacos pasarán la prueba con nota. Sobre todo, en lo que se refiere a seguridad: «Es un país que se sabe proteger bien y para la Eurocopa habrá todavía más policías. Quieren demostrar a la gente que se puede estar tranquilo».

La proverbial frialdad austriaca se convierte en fervor cuando la selección entra en juego. «Van al estadio hasta los políticos», explica Bilic, que prevé llenos absolutos en los partidos de Austria. Y casi sin riesgo de excesos. «Allí también hay ultras, pero están muy controlados y la gente, en general, es bastante educada».

Ivanschitz y compañía tendrán que superar el «miedo escénico» del que habla Bilic para justificar la euforia futbolística que viven los austriacos. El 8 de junio, en Viena, les espera Croacia, un auténtico «hueso» para cualquiera. El segundo partido será frente a Polonia y, finalmente, Alemania, el gigantesco vecino que les sirve de referencia en el fútbol y tantas otras cosas.