Advertencia: si usted no ha sentido en los últimos días una especie de dolor de barriga o ha conciliado mal el sueño por la llegada del play-off de ascenso es mejor que no siga leyendo estas líneas, porque las encontrará demenciales.

Todo empezó hace siete días. La liga regular llegaba a su última jornada. Había sido una temporada casi para enmarcar. Pese a algún que otro susto, el equipo había solucionado con solvencia los 37 partidos anteriores. Era viernes. Un viernes cualquiera. Hasta que alguien dijo: "el lunes es el sorteo". Y entonces, por alguna razón incomprensible, toda la tranquilidad acumulada en los últimos meses se desvaneció. En un segundo.

Y apareció el dolor de barriga. Técnicamente no es un dolor. Es como una sensación constante de nervios, como si una máquina de hacer cosquillas se hubiera instalado en tu cuerpo y se activara cada vez que oyes el nombre del equipo rival o la palabra "play-off". Pasó el partido ante el Coruxo, que era un trámite, y comenzó entonces la etapa del trance.

La etapa del trance es aquella en la que el aficionado comienza a hacer cábalas sobre los posibles rivales que le pueden tocar en el sorteo de eliminatorias de ascenso a Segunda División. Durante esa etapa cruzan la mente numerosas ideas, todas muy cuerdas. Por ejemplo: "Lo lógico es que no nos toque el Cádiz, porque a la Federación le interesa que subamos los dos". Durante el trance, uno llega a pensar incluso que, si se concentra mucho, puede dirigir el sorteo hacia el rival que más quiere. Y vas cambiando de preferencias. Primero quieres al Huesca, luego al Cádiz y luego al Nástic, y cuando te das cuenta tienes tal mejunje en la cabeza que podría hacer incluso que descalificaran a tu equipo, por el peligro que entraña el desequilibrio mental de sus seguidores, por lo que intentas poner cara de persona normal y comportarte como si lo fueras.

Total que el lunes, en las horas previas, miras el ordenador como si eso fuera a adelantar el sorteo. Y como es imposible, te haces un teórico del fútbol y empiezas a comparar estadísticas. Goles marcados, goles encajados, jugadores lesionados (de larga duración, claro). Incluso llegas a mirar el perfil de los entrenadores. Después de un rato, te das cuenta de que eres igual que aquellas vacas que se pasaban el día delante de un campo de fútbol sin aprender nada.

Y entonces llega el sorteo. Y somos peculiares hasta para eso. Conocimos a nuestro rival por descarte. Y en esos pocos segundos en los que va a salir la bola de tu equipo, haces cábalas sobre el orden que más nos conviene. Repasas la historia más reciente, y la menos reciente (Mallorca en 1988, Mallorca en 2009, Caravaca en 2008, Pontevedra en 2010) y llegas a la conclusión de que lo mejor es primero en casa. Y te autoafirmas: si hay prórroga, son 30 minutos más para marcar un gol y además, a nosotros tradicionalmente se nos ha dado muy bien lo de cagarla delante de nuestra gente. Y luego está la parte más de madre (o de exconsejero): si subimos en casa la gente saltará al césped, y lo destrozará, y no podremos disfrutar de una vuelta de honor a la antigua usanza, y se llevarán las redes y los banderines, y costará dinero. El apocalipsis, vaya.

Una vez conocido el rival, empiezas a dormir mal. Si vives fuera de Oviedo te tienes que organizar los dos viajes y necesitas a alguien que te vaya a por las entradas. Ya puedes concentrar tu poca sabiduría balompédica en un único equipo pero eso, en tiempos de Internet, puede causar estragos de tal magnitud que terminen contigo viendo un resumen en el que un jugador austriaco, de apellido Pürk, nos marcaba un gol de tacón con la Real Sociedad. Ante el riesgo de encontrarse con Shoji Jo, la decisión de abandonar los dispositivos móviles fue más que acertada.

Pero claro, seguían llegando noticias de Oviedo. Que las entradas se habían agotado, que el Arenas de Getxo será el rival del Vetusta (si eso no es una señal que venga el dios del fútbol y lo vea), que hay un oviedista que vive en Asia que se va a hacer 24.000 kilómetros para estar en los dos partidos y entonces el colapso mental roza la totalidad. Es entonces cuando una extraña cordura se apodera de ti y piensas en lo impredecible que es este deporte. Que da igual el rival o la trayectoria, porque una jugada que dura un segundo puede alzarte o hundirte, y que no merece la pena agobiarse, y sí ir al campo a disfrutar y a animar a tu equipo. Total, que lo que quería decir es que tengo un agradable dolor de barriga. Creo que estoy enamorado.