Aún sólo unas horas después de una gesta épica de las que estremecen y crean afición, hoy el bádminton español se levanta frotándose los ojos, preguntándose si lo vivido en el pabellón 4 de Riocentro en los Juegos Olímpicos en Río de Janeiro ha sido sólo un sueño o realidad.

Como un sueño hecho realidad lo definía la propia protagonista, un sueño de una niña perseguido con persistencia hasta los últimos extremos. Con Carolina Marín empiezan a acabarse los adjetivos calificativos. Hemos oído de todo estos días, y todo es poco. Una jugadora de bádminton que se ha ganado el corazón de millones de españoles, raqueta en mano y sentimiento en cada grito. Que apostó muy pronto por sus objetivos y a la cual su familia permitió y apoyó en su cruzada. Y que ha servido y sirve de ejemplo para muchos de nuestros deportistas y familias que ponen en un segundo plano las cosas que más quieren por superarse y conseguir su sueño. Estamos seguros de que Carolina Marín sólo hay una, pero también de que España tiene muchos diamantes que pueden brillar como ella.

Aún conserva ese desparpajo que ya lucía con sólo 13 años en su debut en un Nacional en tierra asturiana, o en su primera concentración con la selección nacional sub-15 en nuestro Centro de Tecnificación, en el Cristo, en Oviedo, una ambición contenida y largo recorrido por hacer, de mejora técnica, táctica, física y, sobre todo, mental para pulir ese talento que sólo los grandes deportistas poseen pero que no todos son capaces de gestionar.

Una suerte haberla podido ver volar en vivo en estos Juegos en un país hermano, que la ha llevado en volandas como si en su Huelva natal estuviera, y una suerte para los que formamos el bádminton nacional y que hemos estado ya hace más de dos décadas empujando sus duros comienzos poder haber visto el desarrollo de una campeona olímpica forjada en casa, en España, a base de trabajo, pulida por un excelente equipo técnico y un apoyo federativo e institucional que la ha llevado a desarrollar su máximo potencial y a poner España en el lugar elegido donde sólo suena un himno.

Un éxito sin precedentes para una deportista española que ha hecho nuestro deporte visible en los todopoderosos medios de comunicación, demostrando que hace más el que quiere que el que puede, pues ser deporte minoritario en España es sinónimo de muchas dificultades, de ver cómo se cierran muchas puertas, de llegar tarde al reparto del pastel y de, sobre todo, no sentirse compensado en cierta medida en ocasiones y en cualquier ámbito en el que uno se encuentre. Por ello este premio es para Carol (para el bádminton español, como ella repite habitualmente), pero, sobre todo, para el deporte popular minoritario, para todas esas personas anónimas que hacen que sus deportistas con enormes cualidades como Carolina se puedan colgar medallas, ayudando donde las instituciones no llegan, pero donde se necesita llegar si se quiere rendimiento. Para todas esas personas anónimas que están detrás de cada entrenamiento, de cada competición, de cada viaje y especialmente de cada piedra en el camino.

Éste es un premio para demostrarnos que sí se puede, que un deporte como el bádminton en España puede estar entre los escogidos al oro olímpico, que puede hacerse grande aunque sea sólo durante unos días en los omnipresentes Juegos Olímpicos, que puede ser portada de periódicos de máxima tirada nacional, estar en boca de todo el mundo, pero, sobre todo, que sí puede educar en esos valores que cada niñ@ sin haber cogido nunca una raqueta puede ver en nuestra Carolina.

Lucha, tesón, alegría, calma, determinación, actitud, diversión, pasión, y en todo lo que hay detrás de esa medalla, sacrificio, trabajo, dedicación, esfuerzo, persistencia, talento y el apoyo de mucha gente.

Entretanto hoy, como cada día, muchos niños y, sobre todo, muchas niñas seguirán poniendo todo su esfuerzo en su entrenamiento diario en un deporte aún emergente en España pero ahora ¡de oro..! Porque sí se puede.