Las bien llamadas elecciones de la prosa no podían traer prisa en la investidura, que será en segunda votación, es decir, como un examen de septiembre. Por muy orgullosos que se mostrasen Zapatero y Rajoy de los votos obtenidos en las urnas, lo cierto es que la ciudadanía dispuso el 9 de marzo que el ganador de las elecciones no saldría investido presidente en la primera convocatoria, algo aritméticamente más factible que en la legislatura anterior, pero políticamente inviable.

Ni el PNV con el plan de su dirigente a cuestas, ni CIU tras los pactos en Cataluña, ni Esquerra, que cada vez se arrincona más, podían darle su confianza. Tampoco Llamazares, tras sus ansias no cumplidas de ser nombrado ministro en una posible coalición que no se llevó a efecto. Los nacionalistas gallegos, con menos contenciosos con el PSOE, también decidieron abstenerse, así como el grupo de CC. Llamó la atención el voto negativo de doña Rosa Díez. Su idea de España, que reflejó en campaña con el modelo de DNI, que parece no haber pasado por los libros, la llevó a decirle que no al candidato del que durante años fue su partido político. El de doña Rosa es un interesante caso para el estudio político, es decir, ocupa un espacio que puede tener sentido una persona que está demostrando no ser la más adecuada para ello, habida cuenta de la que ha venido siendo hasta ahora su trayectoria.

Al muy aplaudido José Antonio Alonso por sus primeros pinitos como orador, habría que recordarle un concepto elemental de enseñanza secundaria, como es saber distinguir entre historia moderna y contemporánea. A alguien que confunde la primera con la segunda le llueven los elogios. ¡Qué país, Dios mío, qué país!

De todas las intervenciones parlamentarias, ninguna fue brillante. Sin embargo, a mi juicio, el mejor discurso fue el de Durán i Lleida. Da la impresión de que desempeñará en esta legislatura un papel similar al que llevó a cabo, parlamentariamente, Miquel Roca, en la transición.

Un Zapatero que desde el primer momento se vio obligado a desdecirse. Un Rajoy que sabe de las luchas internas en su partido. Un Llamazares que políticamente agoniza. Y unas fuerzas nacionalistas que, con exclusión de CIU, parecen más alejadas que nunca de lo que es la política general del país.

Investidura en segunda convocatoria, que comienza con un aprobado ramplón. Y que, esta vez, arranca con el propósito de que la política no sea un carajal, término que utilizó con ingenio en su momento Borrell.