Conocí a Santiago Carrillo Solares en mayo del año 1979 y desde entonces nos encontramos en muy distintos lugares.

José Luis Balbín lo invitó a participar en «La Clave» en cinco ocasiones, a «torear» con los más famosos espadas del escalafón político de aquellos años. Debatió Santiago con José María Gil-Robles, Tierno Galván, Alfonso Osorio, Manuel Fraga, Alfonso Guerra, Rodolfo Martín Villa, Landelino Lavilla y otros campeones de la dialéctica; y yo estaba allí, entre bastidores, pero allí.

Un día le dije que también era gijonés y que mi abuelo materno era vecino de Wenceslao, su padre, y que mi madre conoció de muy niña a su tía Iluminada (que, paradójicamente, era ciega y contaba cuentos a los rapacinos de aquella barriada obrera que existió en el Llano del Medio). Años más tarde coincidíamos en el fallo del premio de novela «Café Gijón». El Ayuntamiento gijonés, que patrocinaba el evento, reservaba dos mesas del famoso café para un grupo de asturianos que vivíamos en Madrid. Allí, con el secretario de la Real Casa (de Latores) un ministro de Asuntos Exteriores (de Avilés) y tres gijoneses, el preceptor del Príncipe, el presidente Thyssen-Krupp (ambos del Natahoyo) uno de los artífices de la transición (del Llano) y este humilde plumilla (barrio del Carmen). Hablamos de todo (incluso del Sporting). Cuando llegó la ley antitabaco, acompañaba a Santiago a la terraza y «echábamos un pitu» tan guapamente. Este año quedarán las dos mesas vacías, porque el número de bajas ya es importante.

Últimamente nos encontrábamos en la consulta de un afamado cardiólogo que nos atendía a los dos, de desigual manera. A Carrillo lo dejaba fumar y a mí me quitó el tabaco. El viejo zorro me confesó un día que había convencido al doctor regalándole las cajas de «Cohibas» que desde Cuba le enviaba Fidel Castro. Carrillo solamente fumaba cigarrillos, pero muchos.

En la sala de espera, Carmen, su mujer y Lola, la mía, hablaban de sus hijos y nietos, y Santiago y yo de todo lo demás. Una mañana, ya había ganado el PP las elecciones y Rajoy presidía el Gobierno, me atreví a preguntarle. «Y ahora ¿qué va a pasar?». Y me contestó: «Ahora pasará lo mismo que le ocurrió a España con el bienio negro en la II República».

Salí disparado a ver libros de Historia para conocer lo que había ocurrido en aquel bienio de tan tétrico color. Me enteré y me callé, porque quien quiera saber que vaya a la biblioteca.

Santiago jamás me insinuó que me alistase a su partido.

No quiero ser comunista, quiero seguir siendo carrillista por los siglos de los siglos. Si es que merezco serlo.

Me acabo de enterar de que sus cenizas serán esparcidas en la mar que baña nuestro pueblo.

Supongo que no estará prohibido fumar en el Cantábrico.

Hasta ahí podíamos llegar.