El puerto de Gijón es como un mar con dos orillas, dos orillas que no se confrontan sino que se extienden siguiendo el perfil de la costa con la mirada siempre puesta en el horizonte. La vieja dársena local, hoy animado puerto deportivo, tendida en el regazo de la ciudad-madre y El Musel, aliento y futuro de la economía local y regional, en la bahía de Torres, son dos caras de una misma moneda. Una moneda traída y llevada por fenicios de aquí y de allá, que el paso del tiempo ha ido marcando para dejar constancia de su longevidad y de su valor. Esas muescas son elementos materiales, huellas indelebles, que nos permiten reconstruir su historia, que no deja de ser una parte significativa de la propia historia de Gijón, pues desde el siglo XVI, ciudad y puerto son dos compañeros de viaje que comparten un mismo destino.

Un paseo sosegado por el muelle local con las primeras luces del día o cuando la tarde languidece y las masas informes de paseantes se recluyen, puede convertirse en un apasionante encuentro con nuestro pasado industrial. La propia morfología del puerto nos sitúa en la década de 1890, ante el puerto carbonero más importante de Asturias. La dársena primitiva, repleta hoy de embarcaciones de recreo, era una exigua infraestructura de acogida defendida por el muelle viejo o de mar (cay) y por el muelle de tierra, llamado también muelle nuevo (por ser reconstruido en el siglo XVIII) o del carbón. La popular «rampa del pescado», que con tanta dignidad fotografió Constantino Suárez, lleva impresa en sus gastados sillares el origen marinero de la villa. Al costado del viejo cay, el «Muellín» o muelle Victoria, levantado en 1871 a expensas del industrial Florencio Valdés, y que conserva las arcadas de piedra que en 1879 sustituyeron a los pilotes de madera que le servían de sustento. La antigua aduana, lonja de pescado y fábrica de hielo, tras su cuidada rehabilitación en el tramo final de los ochenta, mantienen su dignidad arquitectónica y se han integrado sin estridencias en la nueva vida del puerto acogiendo usos acordes a las nuevas funciones. A un paso, el antepuerto, protegido de los temporales del nordeste por el dique de Santa Catalina, también conocido como Lequerica, en recuerdo del contratista vasco que ejecutó las obras en 1864, y que la voz popular se encargó de adaptar al entendimiento local como Lequerique o Liquerique. De la grúa fija de Trubia, la única con que se dotó esta dársena, no queda sino el recuerdo en las viejas fotografías de época.

Desde Lequerica, con la mirada puesta hacia Poniente, se contemplan lo que en la década de 1880 fue la gran ampliación del puerto local: los muelles de Fomento, integrados por las dársenas de Fomentín, Fomento y el dique curvo del oeste. El plan especial del puerto de Gijón aprobado de 1986 transformó los muelles locales en una moderna estación náutica y contribuyó a recuperar para la ciudad una parte degradada su fachada marítima más occidental. La importancia de las obras, sin embargo, no alteró sustancialmente la antigua fábrica de los muelles y tuvo el acierto de mantener e integrar algunos elementos destacados del mobiliario de este entorno portuario como los noráis de los talleres gijoneses de Cifuentes y Stolz, y varios herrumbrosos cañones que también hacen las veces de amarraderos. Estos singulares elementos del mobiliario urbano están protegidos por el Catálogo Urbanístico del municipio, la misma norma que salvaguarda otros destacados bienes muebles del puerto como las farolas de fundición adquiridas a la Fábrica de Armas de Oviedo en 1943 o los relojes ornamentales que lucen en el paseo del Muelle desde la década de 1920, uno de ellos adquirido a la casa gijonesa Goutayer y el otro a un fabricante palentino, por un monto total de 10.260 pesetas.

El puerto exterior, El Musel, con su centenaria existencia, también ha dejado importantes elementos patrimoniales que avalan su intensa actividad industrial, primero como puerto exportador de carbón y a partir de la década de 1960 como abastecedor de materias primas energéticas y para la industria siderúrgica y eléctrica. La base de viaducto para llevar las vías del Noroeste y Carreño hasta los cargaderos altos de la 2.ª y 3.ª alineaciones de ribera, la antigua central eléctrica del Sindicato Asturiano, espléndidamente rehabilitada por los arquitectos Fernando Nanclares y Nieves Ruiz para centro de recepción de visitantes, o las bocas de los túneles y puentes ferroviarios que permitían la comunicación del espacio portuario con los yacimientos mineros, son algunos ejemplos destacados y recogidos en el Catálogo Urbanístico. Una norma que incluye también algunas de las arquitecturas históricas más reconocidas del puerto como el faro de Torres, rehabilitado e integrado en el parque arqueológico natural de la Campa de Torres, y el igualmente remozado edificio de La Sirena, proyectado por Eduardo Castro en 1926. Si bien es de destacar la apuesta de la Autoridad Portuaria por recuperar lo mejor de su patrimonio, es lástima que la practicidad (y en algunos casos la falta de sensibilidad) nos haya privado de espléndidas arquitecturas portuarias así como de más elementos del patrimonio material histórico. Está claro que el puerto de Gijón es el patrimonio del futuro, pero éste no estará completo sin un adecuado aprecio de su pasado.