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Periodista

El Dindurra, un teatro construido en diez meses que marcó un hito cultural

Celestino Nosti puso de moda la leche helada en los cafés Dindurra y San Miguel El camarero "fartón" que llegó a ser jefe municipal de Tráfico

Plaza de San Miguel a principios del siglo XX. LAUREANO VINCK

Si la espectacular exposición en los Campos Elíseos fue todo un revulsivo en 1899, al mostrar orgullosamente todo el desarrollo industrial logrado durante la segunda mitad del siglo XIX complementado con la exhibición de las mejores muestras de la cultura y de las bellas artes, también en aquel año abrieron sus puertas dos instalaciones fundamentales para potenciar nuestras infraestructuras teatrales y hosteleras, que pondrían un punto y aparte en la oferta del ocio en Gijón: el teatro Dindurra y el café San Miguel. Hasta entonces el ocio había estado centrado en el boulevard de "Corrida Street", gracias a sus cafés como "La Maison Doré", El Príncipe, Setién y el Gran Café Colón, propiedad de Florencio Valdés y que fue diseñado por el arquitecto Ignacio Velasco, quien también había hecho la plaza de toros de El Bibio.

Pero el paseo de Alfonso XII -hoy, de Begoña- iba a abrir nuevas dimensiones a finales del siglo XIX. En la esquina que hoy ocupa el café Dindurra funcionaba desde 1893 el pequeño Teatro Cómico -cuya programación estaba especializada en el género lírico- aunque fue demolido en el año 1898 para proceder a una remodelación urbanística de una manzana de antiguos edificios, donde vivió la librepensadora Concepción Arenal y, más abajo, lindando con la calle de San Bernardo, el gran Octavio Bellmunt.

El empresario Manuel Suárez Dindurra tuvo una gran visión del Gijón del futuro. El emprendedor Manuel Suárez Dindurra aprovechó aquellos terrenos, que eran propiedad de la familia de su primera esposa, María García Rendueles, para montar el teatro que llevaría como nombre su segundo apellido, con un proyecto neoclásico realizado por el gran arquitecto Mariano Marín Magallón, que lo integró con una gran racionalidad estética en una manzana de edificación cerrada con una fachada coherente con las edificaciones colindantes hacia el paseo de Alfonso XII, entre las calles de Covadonga y de La Magdalena -actualmente dedicada a Acisclo Fernández Vallín- que era una zona estratégica para el desarrollo urbanístico de Gijón. De hecho, poco tiempo después abrirían en el paseo de Alfonso XII sus pabellones de verano las más importantes sociedades de recreo gijonesas.

En su documentado libro "La arquitectura del hierro en Asturias", José Ramón Fernández Molina y Juan González Moriyón engloban el proyecto eclecticista de aquel visionario arquitecto gijonés, Mariano Marín Magallón, dentro de la estructura del teatro italiano con forma de herradura achatada, aunque siguiendo el modelo descrito por Joseph de Filippi en clave neorenacentista, con elementos italianos y españoles, además de alguna solución de la escuela belga.

Manuel Suárez Dindurra fue un hombre de negocios con una gran visión global, ya que fue el responsable de la gestión de los tres equipamientos de espectáculos más importantes de Gijón -el teatro Dindurra, el teatro-circo Obdulia y la plaza de toros de El Bibio- lo que indica su clarividencia en la renovación de la oferta cultural y turística que debía ofrecer Gijón, una villa a la que acudían muchos turistas de todos los países a la llamada de sus afamados balnearios.

La construcción del teatro Dindurra se hizo solamente en diez meses. Aunque alguien lo pueda poner en duda, la obra de construcción del teatro Dindurra se realizó solamente en diez meses y las butacas para su inauguración no llegaron hasta las nueve de la noche, por lo que el público tuvo que esperar hasta la hora prevista puntualmente. Pero no hubo problema alguno para que desde el escenario ofreciese un gran espectáculo inaugural la compañía italiana Giovannini, con un amplio repertorio en el que no faltaban ni "La Traviata", ni "Rigoletto", ni "El Barbero de Sevilla".

Una vez más el escepticismo gijonés dio una nueva prueba de nuestra inherente personalidad hipercrítica, ya que el 29 de julio de 1899, el diario "El Noroeste" publicó una información que dio prueba fehaciente de ello: "Todos nos reíamos cuando supimos que el dueño de este teatro, el señor Dindurra, se proponía en el breve plazo de diez meses levantar un edificio tan amplio y magnífico como el que ayer noche se inauguró, y hoy puede el Ducazcal gijonés reírse de todos nosotros, puesto que ha conseguido realizar los planes que no nos cabían en la cabeza".

Aquella reseña de "El Noroeste" se refería al "Ducazcal", que era un teatro veraniego ubicado en el matritense paseo de El Prado, junto a los jardines de El Retiro que había sido inaugurado cuatro años antes y que también había tomado el apellido de su propietario, Felipe Ducazcal y Las Heras, un empresario que era periodista y diputado por Madrid en las Cortes Generales.

No obstante, "El Comercio" reconocía la gran labor realizada por Manuel Suárez Dindurra, quien "una vez más ha dado pruebas de su actividad imponderable al demostrar que aquí en su tierruca todavía hay gentes activas y emprendedoras capaces de convertir a Gijón en un pequeño Londres".

Celestino Nosti fue un innovador que se hizo cargo del Dindurra y del café San Miguel. Dos años después de la inauguración del teatro abrió sus puertas como complemento perfecto el café adyacente, con menú a tres pesetas -huevos a elección, frito variado, merluza a la vinagreta, entrecot "metrotel", vino, queso y fruta- y helados de alta calidad. Dos décadas después de su apertura, en 1921, Manuel Suárez Dindurra se lo alquiló a un entusiasta joven, Celestino Nosti, quien contrató al arquitecto Manuel del Busto y al decorador José Morán para realizar unas obras que costaron la barbaridad de cien mil pesetas de las de entonces.

Dando un salto en el tiempo, medio siglo después, el café Dindurra sería el escenario de famosas apuestas entre los clientes sobre la capacidad gastronómica de un escuálido camarero apodado con el nombre "El Rubio de Boston", quien después de haber cenado seis chuletones de ternera con patatas se tomó como postre una de aquellas latas de cinco kilos de galletas de "María Fontaneda", acompañadas, eso sí, con una botella de vino blanco "Los Corales" para mojar y que entrasen mejor. El camarero autor de aquella hazaña pantagruélica se llamaba Eduardo Vigil y como era muy "curiosu" para dibujar, lo fichó el arquitecto Juan Bautista Martínez Gemar como delineante del Ayuntamiento. Él fue quien diseñó la primera red semafórica de Gijón y, gracias a su dinamismo y gran disposición a realizar todo tipo de trabajos, hasta llegó a ser jefe de la Oficina Municipal de Tráfico. Méritos no le faltaban a quien no temía ni competir por apuestas con otro afamado "fartón", el arquitecto-jefe municipal Enrique Álvarez-Sala y Morís.

Otro emblema creado en el ensanche expansivo gijonés fue el café San Miguel, con cervecería, que también abrió sus puertas aquel año de 1899, aunque sería gestionado a partir de 1933 por Celestino Nosti y su esposa Amparo Felgueres, tras el éxito de su gestión en el Dindurra, con la leche helada tan demandada que hizo también famoso el establecimiento y que, sin lugar a dudas, serviría para aliviar las altas temperaturas provocadas por las picardías de "La Bella Selika" y "La Españolita".

En aquellos tiempos se bebía mucha sidra dulce de marcas cuya historia ha pervivido con el paso del tiempo, como "El Gaitero", "Valle, Ballina y Fernández" o "Vereterra y Cangas", además de aguas gaseosas con el famoso sifón Prana Sparklet. Los cafés se hacían con la achicoria pura de Julio Kessler y el invento del enosótero -que logró la medalla de plata en la Exposición Universal de 1888- para conservar y mejorar los vinos, supuso toda una revolución ya que con aquel curioso artilugio, el vino no sólo no se agriaba, sino que incluso mejoraba su sabor. Entre los destilados, gracias a los cargamentos de los vapores trasatlánticos que llegaban al puerto de El Musel, destacaba el consumo del ron Mulata y el cacao se comercializaba junto con los famosos "Chocolates La Herminia".

Nadie puede poner en duda que aquel Gijón de cafés y teatros era muy imaginativo, diferente y heterodoxo.

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