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JAVIER GÓMEZ CUESTA | Párroco de San Pedro

"Cumpliré en unos meses 75 años y me encuentro con facultades para seguir"

"El medio siglo de sacerdocio me ha dejado muchas alegrías, algunas tristezas y un considerable trabajo; nunca me he arrepentido de ser cura"

"Cumpliré en unos meses 75 años y me encuentro con facultades para seguir"

Hoy, nuestro querido Javier Gómez Cuesta celebra el 50º. aniversario de su ordenación sacerdotal. Era el 10 de abril de 1966, Domingo de Resurrección, cuando en la iglesia de la Universidad Pontificia de Comillas, a la edad de 25 años, Javier quedó unido a la Iglesia para siempre al recibir el sacramento del sacerdocio.

Había nacido en Alevia, Panes, (1941), mayor de cinco hermanos; el resto eran chicas. Parece que tras hacer todos sus estudios en la Universidad de Comillas, lo que supuso 15 años junto a los Jesuitas, debería haber ingresado en la Compañía, pero decidió que el tipo de vida, el sistema de comunidad, no iba con él, que prefería ir por libre y dedicarse al ejercicio parroquial. Su compañero de carrera, Pachi Cuesta, si lo hizo.

Una vez ordenado su primer destino fue en Tineo, donde le asignaron tres parroquias: Culleras, Fastias y Villatresmil. Javier vivía junto a otro sacerdote en Naraval, y tenía que ir andando a sus parroquias, cuando la de menor distancia se hallaba a cinco kilómetros; entonces no había carreteras. Aquello sólo duró un año, pero reconoce que fue muy duro, el vecindario hablaba gallego y apenas se le entendía. Javier se dio cuenta de la enorme diversidad que hay entre el Oriente y el Occidente de Asturias.

Le trasladaron al Seminario de Covadonga como profesor de Ciencias Naturales, Dibujo y Música, otro año, hasta emplearlo también como profesor en el Seminario de Oviedo, cuatro años más. Los dos siguientes los pasó en Bélgica, estudiando en la Universidad de Lovaina, ya que la Teología europea estaba muy avanzada, tenia grandes expertos y era preciso ponerse al día. Allí volvió a convivir con los Jesuitas, en su Instituto.

En 1975 le fue asignada la parroquia de Santo Tomás de Sabugo, en Avilés, sustituyendo a don Mateo Valdueza, todo un prohombre. Tras siete años en los que compaginaba la responsabilidad parroquial con su cargo de profesor en el Seminario de Oviedo, recibe la llamada del Arzobispo, don Gabino Díaz Merchán, que le propone ser Vicario General de la Diócesis. Javier Gómez Cuesta en un principio rechaza el nombramiento, no quiere abandonar su parroquia, don Gabino le convence con la promesa de que no ha de dejar Avilés ni a sus feligreses. Era el año 1982. Pero cinco después, en 1987, se ve obligado a abandonar la parroquia de Santo Tomás de Sabugo, con gran dolor. Su responsabilidad de Vicario General dura hasta 1999. EL 20 de junio de ese mismo año es nombrado párroco de San Pedro, en Gijón.

Y aquí estamos, frente a frente. Javier Gómez Cuesta tras la mesa de su despacho, con su plácida sonrisa, con la firme serenidad de su fe, con su natural y contundente humanidad responde a mis preguntas.

-Dígame, ¿este medio siglo de sacerdote, qué reúne?

-Muchas alegrías, algunas tristezas, y un considerable trabajo.

-¿Nunca se ha arrepentido de ser cura?

-No, tuve dudas antes de ordenarme, luego ya no.

-Quince años con los Jesuitas, tuvo que pegársele algo...

-Si, todo lo que me enseñaron, la formación que recibí... Nunca les estaré suficientemente agradecido.

-¿Cuántos papas ha vivido?

-Varios. Pío XII, siendo seminarista. Luego Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.

-¿Con cuál se queda?

-Hoy con Francisco, aunque tengo verdadera devoción a Juan XXIII. Francisco está más cerca de las personas, no viene de la curia o de la universidad, sino de la parroquia. Por eso tiene una cercanía especial y sensibilidad para darse cuenta de lo que la gente espera de la Iglesia, y lo que la Iglesia puede dar a la gente. Yo estudié Teología en los cuatro años que duró el Concilio Vaticano II, y pude vivir en directo los grandes cambios, con la ventaja de que uno de mis profesores, Salverri, un gran teólogo, era perito del Concilio.

-Hagamos un repaso por sus obispos...

-Tuve a Tarancón, a Gabino Díaz Merchán, Carlos Osoro, y Jesús Sanz. Con don Gabino colaboré durante 17 años siendo Vicario General, en una sintonía cordial y práctica. Me dio mucha confianza, respetaba mi opinión y era dialogante, además de un santo varón. Le estimo de verdad.

-¿Cuándo se ha quitado usted la sotana?

-Nunca. Salí del Seminario sin ella. Las nuevas normas autorizaban el clerigman. Y en Tineo bastaba la pana o los vaqueros.

-¿Qué balance puede hacer de estos diecisiete años en Gijón?

-De Gijón al cielo. Estoy muy a gusto. Es una parroquia muy bonita, la gente amable y el trabajo variado, ya que además soy responsable de la Residencia Parroquial Cimadevilla, y de la guardería de Castiello.

-¿Piensa terminar su vida pastoral aquí?

-A los 75 años, que cumpliré en unos meses, el Arzobispo puede disponer de mí, estoy en sus manos, pero me encuentro con facultades suficientes para seguir.

-¿Cuál ha sido su mayor alegría en estos 50 años?

-Siempre han tenido que ver con la parroquia. La misa de los niños me encanta, y también la pastoral de los novios.

-¿Y el mayor disgusto?

-Me cayeron lágrimas físicas al tener que dejar la parroquia de Avilés.

-¿Dónde vive?

-En nuestra Residencia Parroquial de Cimadevilla. Estoy feliz, tenemos una cocinera estupenda; nunca hemos querido catering, es preferible que los residentes no echen de menos los menús domésticos, pucheros, legumbres, verduras...

-Dicen que San Pedro es una parroquia rica...

-Tiene fama, pero hay otras que nos superan. Nunca nos ahogamos, la gente es muy generosa, pero... Nuestra factura de la luz es alta; al carecer el templo de ventanas; todo, las mañanas y las noches necesitan luz eléctrica.

-¿Usted se confiesa?

-Sí, con un sacerdote de Oviedo, don Ezequiel. Lo hago tres o cuatro veces al año.

-¿Cuáles son los santos de su devoción?

-Primero, San José, luego San Pedro, Santa Teresa, San Francisco Javier y San Juan XXIII. De pequeño me llevaron a Covadonga, y allí pasé el año más feliz de mi vida. Al Espíritu Santo me encomiendo todos los días para hacer bien mi trabajo.

-¿Dios, no se esconde muchas veces?

-Sí, pero hay que tener confianza. Parece que se esconde y en realidad nunca nos deja.

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