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José Manuel Salinas Pererira | Joyero

"Veo mal el futuro del gremio, hay muchas joyerías y no todas podrán sobrevivir"

"No es que las joyas hayan pasado de moda, es que son muy caras, y están los robos: quien lleva una pieza valiosa se arriesga a un tirón"

José Manuel Salinas, delante del escaparate de la joyería. Ángel González

Ha sido uno de los mejores orfebres de la ciudad, sino el mejor. En él concurren la experiencia, la creatividad y la pasión por el oficio. Hoy, que milagrosamente vemos cómo sobreviven tantas joyerías en Gijón, a despecho de otros cierres masivos en toda clase de actividades, sorprende que un producto tan caro haya resistido a la crisis. El quid de la cuestión nos lo explica José Salinas, un hombre fácil en el trato, inteligente y sincero, de cuyas manos han salido auténticos tesoros.

-Dígame quién es usted.

-Nací en Gijón (1950), mayor de dos hermanos. He sido muy trabajador, y creativo, aunque poco disciplinado, algo anárquico. No me gusta madrugar. Sociable y conversador, creo que un poco tímido, ya que me corto con la gente que no tengo confianza, y prefiero pasar desapercibido. Disfruto de un gran sentido del humor. Estoy casado y tengo dos hijos.

-¿De pequeño qué quería ser?

-No lo sé, paro seguro que futbolista, como la mayoría. Pero empecé a trabajar a los 11 años en la Joyería Lorenzo, un señor que era tío de mi madre. Necesitaba un pinche y allá fui.

-Y apareció un manitas...

-Sí, me gustó el trabajo y me aficioné enseguida. Permanecí ahí hasta que tuve que ir a la mili. Al volver me instalé por mi cuenta trabajando para otras joyerías, como José María López, Roibás, Tuñón, Amparo... Hasta que me establecí en la calle Instituto.

-Donde creo que le fue muy bien, incluso era el joyero de moda.

-Sí, pero me atracaron una vez, a golpe de cuchillo en la víspera de Nochevieja. Se llevaron todo y no se recuperó nada. Fue un palo terrible. En diciembre de 1988 pasamos a la calle San Bernardo.

-No es aconsejable cambiar de local cuando todo va bien.

-Ya, pero aquél era muy pequeño y vivíamos una época de mucho trabajo; llegué a tener ocho empleados dedicados a la orfebrería. Servíamos a El Corte Inglés y a muchísimos joyeros de toda España.

-¿Cuál es su especialidad?

-La alta joyería, el trabajo en brillantes sobre todo, y mucha obra de plata, como trofeos deportivos, sociales e institucionales. No tengo problema para nada, todo me gustaba. Hice piezas muy valiosas.

-¿Cree que volverán esos tiempos?

-No, seguro. Tal vez dentro de unos veinte años mejore algo. Las joyas no es que se hayan pasado de moda, es que son muy caras, y de otro modo han influido los robos; quien lleve una pieza valiosa se arriesga a que le den un tirón.

-¿Cómo se explica que no haya cerrado ninguna joyería, dentro de la debacle general?

-Sé que han cerrado cientos en todo el país, pero en Gijón no, aunque la crisis afectó a todas. Muchas se han convertido en medio bisuterías. Otras se sostienen con los relojes, o vendiendo pilas para éstos. El caso es obtener un pequeño sueldo. Hoy no se vende una joya, ni siquiera las clásicas piezas de pedida.

-Dígame, ¿por qué fluctúan tanto los precios del oro y de la plata?

-Son los mercados internacionales los que los marcan, con relación a la demanda. El oro, hoy, está por las nubes y, si se observa, su precio cambia cada veinte segundos. En este momento señala 37,70 euros el gramo, un nivel altísimo, que creo que no variará sensiblemente.

-Y la plata por los suelos.

-Ya no, ha subido mucho, aunque sigue siendo barata. Las platerías no vendían y acabaron cerrando.

-La plata, en sus manos ha producido piezas míticas, como la Catedral de Oviedo, Santa María de Naranco o simplemente un saco de golf con todos sus palos. ¿Es fácil manejar la plata?

-No, al contrario, es mucho más difícil que el oro.

-Paradójicamente, se han visto proliferar los negocios de compraventa de oro y plata?

- Eso ya pasó, sin duda se agotaron las existencias de la gente.

-¿Cuál es su piedra preferida?

-El diamante. Después la esmeralda; Colombia sigue produciéndolas.

- Pero el rubí es el más caro...

-El de Birmania, sí. Son piedras raras que no tienen cotización y pueden alcanzar precios extraordinarios. Los diamantes, por el contrario están regulados, pero los rubíes no: dependiendo de la oferta y la demanda, pueden alcanzar verdaderas fortunas, pero siempre habrá un jeque que se encapriche.

-¿Qué ha sido lo más valioso que tuvo usted entre las manos?

-Un collar de diamantes que hoy valdría unos trescientos mil euros.

-¿Fue un encargo realizado en sus talleres?

- Sí, era un regalo para una esposa, pero jamás diré su nombre.

-¿Ha conservado algo para usted?

-No, soy una persona sencilla.

-¿Cómo ve el futuro del gremio?

-Mal, hay demasiadas joyerías y todas no podrán sobrevivir. En Francia, por ejemplo, en cualquier ciudad del tamaño de Gijón, existen sólo dos joyerías.

-¿Cuáles son sus hobbies?

-Ya no juego al golf. Lo hice durante años, alcanzando un handicap 9, pero me cansé. Y el fútbol, igual, ahora lo veo por televisión.

-¿Tiene vicios?

-Fumo, tal vez demasiado. Y al atardecer me gusta tomar un par de güisquis.

-¿A quién saca tarjeta roja?

-A los prepotentes y a algunos políticos.

-¿Si volviera a empezar sería joyero?

-Creo que sí. Este trabajo siempre me encantó.

-¿Le queda algún sueño por realizar?

-Sí, que mi hijo David jugara al fútbol como Messi.

-¿Y si un día se perdiera?

-Eso lo pongo más difícil. Una de mis ilusiones en la vida ha sido la de subirme en una moto, y sin ninguna prisa recorrer Europa de cabo a rabo, deteniéndome en los pueblos bonitos para conocer su cultura o su gastronomía. Llegar a los fiordos noruegos y admirarlos desde un barco... Así que no sé si me encontrarían.

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