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Barry Douglas dio con la tecla

El pianista irlandés se luce con la OSPA en el Jovellanos de la mano de una de las fantasías de Chaikovski

Douglas, a la derecha, durante su actuación de ayer con la OSPA en Gijón. ÁNGEL GONZÁLEZ

Poco a poco se va llenando el Jovellanos; anoche se puede decir que hubo una gran entrada, casi rozando el lleno. El concierto tenía el doble atractivo de las firmas de Chaikovski y Mahler, ambos bajo la batuta de Rossen Milanov dirigiendo la OSPA. La velada se inició con la "Fantasía para piano" del primero con un sensacional pianista, el irlandés Barry Douglas, que no debe confundirse con el futbolista escocés del mismo nombre. Dicen del pianista que está especializado en Chaikovski; tanto es así que ha sido el primer artista no ruso en conseguir la Medalla de Oro en la Competición Internacional Chaikovski, a los 26 años. O sea, que le va la marcha. La partitura de ayer era endiablada y la dibujó perfectamente, hasta el punto de poner en evidencia el carácter tortuoso y atormentado de su autor. Pero como estas condiciones vivían emparejadas con su talento, éste las trasformaba en belleza; una belleza imposible, intrincada, dificilísima, pero belleza al fin. Tuvo gran protagonismo el piano en esta obra, ya que la orquesta hubo momento que permaneció muda, mientras se ponía al descubierto un genio, Barry Douglas. Su magistral actuación, provocó el entusiasmo del respetable, por lo que fue concedida una propina: la Sonata nº 5 en sol menor, de Brahms.

De Mahler se nos ofreció la Sinfonía nº 5 en do sostenido menor. Una pieza que trata de no expresar nada, es decir no tiene argumento; era la intención del compositor que cada uno le diera la lectura que deseara. Dividida en cinco movimientos, esta sinfonía se ha hecho famosa merced al director de cine Luchino Visconti, al utilizar el quinto movimiento, el Adagietto, para la banda sonora de su película "Muerte en Venecia". Dicen que Mahler solamente componía por los veranos, aprovechando las vacaciones, pese a que su gran vocación era la de componer obras de gran tamaño, autobiográficas e intelectuales, al estilo de los escritos de Nietzsche, pero comprendió que no habría público para ellas. La alternativa era dirigir, y a los 25 años era uno de los directores de ópera más importantes de su época. Pero él nunca escribió una ópera, sino que supo convertir, igual que Chaikovski, sus obsesiones y sus emociones íntimas, en un arte para todos. Al final nos fuimos con la sensación de haber asistido a un gran concierto, casi diríamos inolvidable, que el público premió generosamente.

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