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Los empresarios no estaban bien vistos y fueron creadas ruinosas cooperativas

Los bancos empezaron a negar ayudas económicas, lo que motivó que las empresas cayeran como fichas de dominó arrastradas unas por otras

Las instalaciones de Crady.

Un siglo después de que en aquel desarrollo industrial gijonés surgiesen fábricas de excepcional importancia para la creación de millares de puestos de trabajo que poblaron los cielos de chimeneas, todo empezó a venirse abajo. Si entonces emprendedores venidos de otras tierras -los empresarios asturianos no participaron en la reindustrialización, no nos engañemos en eso porque las hemerotecas son implacables- creando entidades financieras como el Banco de Gijón, el Banco de Crédito Industrial, el Banco de Castilla y la Banca Masaveu, todo empezó a ponerse patas arriba con la crisis industrial que motivó una gran recesión económica. Las empresas caían como fichas de dominó arrastradas unas por otras, al negarles las entidades financieras las habituales ayudas económicas. La solución que daban era la cesión de sus acciones -a fin de liberarse de sus obligaciones ante los números rojos- para que fuesen constituidas cooperativas y sociedades anónimas laborales, pero pronto quedó claro que aquel no era el camino idóneo.

Aunque ya no había el histórico enfrentamiento laboral entre trabajadores y empresarios -dado que los sindicatos confiaban en que las soluciones viniesen por parte del recién constituido gobierno de Felipe González- a pesar de que algunos de ellos cedieron sus propiedades a los trabajadores, no estaban bien vistos, sino todo lo contrario, por lo que como barómetro social se puede recordar que los comedores del Club de Regatas se quedaron vacíos de comensales.

En aquel hervidero de cambios en las poltronas gubernamentales, los altos cargos del Ministerio de Industria se decidían en el Gran Café Gijón, en el paseo de Recoletos de Madrid, por aquello de que tenían que encontrar el sitio idóneo en los pesebres que se abrían ante quienes habían optado por encontrar su oficio de supervivencia a la sombra del poder. Se abría la etapa de su liberación profesional y los líderes sindicales se encontraban eufóricos con el extraordinario patrimonio arquitectónico recibido gracias a las obligadas cotizaciones de todos los españoles durante la pretérita etapa del sindicalismo vertical.

Ensidesa tuvo que reducir su producción. Pero, a la hora de la verdad, la realidad industrial iba por otros senderos: todos los días desaparecían sesenta puestos de trabajo en Asturias y se estaba a la espera de aquellos ochocientos mil puestos de trabajos prometidos en la campaña electoral por el nuevo presidente del Gobierno. La peseta fue devaluada en un nueve por ciento y el litro de la gasolina súper alcanzó la prohibitiva cifra de las ochenta y seis pesetas.

¡Quién cogiera ahora esos precios tras nuestro brutal empobrecimiento a causa del euro!

El Consejo de Administración de Ensidesa que presidía Luis Rodríguez Castellá aprobó la paralización del tren de chapa gruesa de la factoría de Avilés, así como la reducción del veinticinco por ciento del tren de estructurales de la factoría de Gijón, ante la recesión de los mercados. Veintitrés mil puestos de trabajo directos y ochenta mil inducidos estaban en juego. Felipe González se olvidó muy pronto del gran apoyo sindical recibido de Asturias y el País Vasco para ponerse al timón del PSOE y su gobierno era partidario de instalar el Tren de Bandas Calientes (TBC) en la empresa Altos Hornos del Mediterráneo, en el puerto de Sagunto, amparándose en el informe Kawasaki que descartó la opción de Avilés. Dos días duró la reunión convocada por el ministro de Trabajo y Seguridad Social, Joaquín Almunia, con el consejero de Industria del Principado, Manuel Fernández Pello, Pedro de Silva y José Manuel Suárez, así como con otros tres representantes de la Federación Socialista de Valencia, pero no hubo forma de llegar a un acuerdo, a pesar de la intermediación de José Luis Corcuera, aquel electricista que veraneaba en Gijón y que trató siempre de ser consecuente con sus ideas como líder sindical.

De ahí que mientras el consejero de Industria Manuel Fernández Pello era incapaz de afrontar la situación, a fin de tratar de encontrar soluciones, la Junta General del Principado de Asturias tratase de encontrar salida al callejón en que la falta de una inicial visión global había metido a la empresa siderúrgica asturiana.

El doctor Pedro Sabando -quien también había participado en las primeras reuniones de la Democracia Socialista Asturiana- fue nombrado subdirector de Sanidad y Consumo, lo que abría grandes expectativas dado que al no olvidar su humilde origen en el barrio de El Natahoyo, siempre se había mostrado muy receptivo a tratar de encontrar soluciones a las problemáticas populares.

Emblemáticas empresas, camino del precipicio. Sin embargo, nadie podía engañarse en aquellos tiempos: el panorama que estaba ante nuestros ojos era algo más que preocupante. Baste como ejemplo lo que ocurría en tres empresas emblemáticas del tejido industrial gijonés.

Los seiscientos puestos de trabajo de la prestigiosa firma con alta tecnología AEI Crady -que cierto es que para cumplir las acostumbradas relaciones públicas con sus clientes tenía abiertas cuentas en los más prestigiosos negocios de la vida nocturna, por lo que tenía un gran agujero económico con los gastos de representación- se encontraba en peligro de cierre. Sus tres accionistas mayoritarios: el Banco Hispano-Americano (45%) la Caja de Ahorros de Asturias (33%) y el Banco Herrero (22%) optaron por abrir un compás de espera para su apoyo financiero: su oferta era que los trabajadores constituyesen una sociedad anónima laboral y ceder sus acciones al director general, Miguel Ángel Merigó, en quienes los trabajadores no confiaban, por lo que les fue bloqueada la habitual línea de descuento. Así no había plan de viabilidad que pudiera hacerse realidad, a pesar que desde el año 1977 los trabajadores habían aceptado la reducción de la jornada laboral, la congelación salarial y tres ajustes de plantilla.

La suspensión de pagos en Talleres de Moreda SA arrastró al cierre a una veintena de pequeñas empresas del sector del metal, aunque intentaron salvar los muebles con un crédito hipotecario por parte de Caja de Ahorros de Asturias.

La amenaza en Avello S.A. de la rescisión de doscientos ocho puestos de trabajo hizo saltar todas las alarmas, aunque se abrió una puerta a la esperanza cuando la japonesa Suzuki prometió invertir setecientos cincuenta millones de pesetas durante los próximos diez años para la fabricación de tres mil motocicletas anuales.

Por si los problemas fuesen pocos con la recesión económica, a ello se unieron hasta catástrofes naturales, como el corrimiento de tierras que sepultó el almacén en El Musel de la tradicional empresa Efectos Navale", cuya tienda formaba parte de la tradicional estampa comercial del muelle local.

Otro corrimiento político en el PSOE. Si las aguas estaban revueltas en las empresas, como es lógico y natural las resacas de aquellos fuertes oleajes políticos también afectaron a la Casa Consistorial, donde el hundimiento de Unión de Centro Democrático motivó cambios en la composición de la Corporación Municipal y, por si fuera poco, el núcleo duro del grupo municipal del PSOE compuesto entonces por Aladino Cordero -uno de los que convenció a Felipe González para que presentase su candidatura para convertirse en líder del PSOE en el congreso de Suresnes-, Carlos Zapico Acebal, Francisco Villaverde, Daniel Gutiérrez Granda y María José Ramos -líder sindical en "Establecimientos Álvarez" y esposa de Pedro Sanjurjo- acusaron de presidencialista al alcalde José Manuel Palacio. Así empezaba la ruptura personal entre unos y otros cuando en el congreso local de la Agrupación Socialista de Gijón, José Manuel Palacio no se cortó para aseverar que disponía de dossiers sobre las irregulares actuaciones de Carlos Zapico y Francisco Villaverde.

Así de revuelto estaba entonces el panorama.

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