El presidente de EE UU, Donald Trump, celebró ayer el "gran día" del traslado de la Embajada de su país de Tel Aviv a Jerusalén y aprovechó para asegurar que EE UU está "plenamente comprometido" con la necesidad de alcanzar un "acuerdo de paz duradero" en la región.

Junto a la de Trump, la única voz jubilosa que se escuchó ayer fue la del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, quien afirmó que Trump "ha hecho historia al reconocer lo que pertenece a la historia", esto es, que la capital de Israel es Jerusalén, al margen de cualquier demanda palestina.

El ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, mostró su oposición al traslado, por considerar que implica una "revisión unilateral" de acuerdos internacionales. Lavrov defendió un diálogo directo entre israelíes y palestinos, mientras que el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, expresó su temor a que se agudice aún más la escalada de tensión que vive Oriente Medio. También Reino Unido se distanció de la decisión de Trump y resaltó que mantendrá su legación en Tel Aviv.

Sobre el terreno los radicales islámicos de Hamás hicieron una llamada a una nueva Intifada y anunciaron que seguirán resistiendo porque "Jerusalén es una línea roja" y los palestinos "rechazan con su sangre el crimen del traslado de la Embajada".