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Toda una vida al servicio del estudiante

"Todos los alumnos han sido gente buena y noble", dicen el conserje Manuel Queipo y la secretaria Gisela López, que comenzaron con el centro

Manuel Queipo, en la conserjería, puesto que han ocupado durante 25 años. G. G.

Dice Manuel Queipo que en aquel verano de 1992 perdió "más de cuatro kilos" y que no recuerda una época de trabajo más duro que aquella. "Había cajas y cajas apiladas por todas partes. Con la ayuda de una cuadrilla del Ayuntamiento fuimos avanzando, pero me llevó muchas semanas colocarlo todo", rememora. Tocaba estrenar instituto, el Galileo Galilei de Navia, y todo estaba por hacer y por montar: sillas, mesas, encerados... Veinticinco años después, Manolo, como todo el mundo le conoce en el centro, sigue prestando sus servicios como conserje, siempre atento en su ventanilla, a alumnos y profesores. "El tiempo ha pasado rapidísimo", asegura.

Tras dos décadas y media, hay figuras en el centro que se han hecho familiares para todo el que ha pasado por allí. Ahora son una referencia para generaciones y generaciones de vecinos de Navia, Coaña y Villayón que han cursado estudios secundarios en el centro. Porque es imposible pensar en el Galileo Galilei sin pensar, por ejemplo, en Manolo, el conserje, o Gisela López, de secretaría, que reconoce que en muchas ocasiones hacía también "funciones de madre" con los estudiantes.

Ambos trabajadores llegaron el primer año. Manuel Queipo, que pidió traslado desde Colunga, incluso antes de su construcción: "Sacaron la plaza de conserje antes de que estuviese construido el edificio. Cuando llegué a Navia, sólo estaba el solar", explica. De aquellos primeros años recuerda "las fotocopiadoras que ni clasificaban ni agrupaban", y la ausencia de telefonillos en los departamentos. "Estaba todo el día de arriba para abajo; me mantenía en forma", bromea.

Por su parte, Gisela López señala que cuando comenzó a trabajar en el centro, en el curso 1992-1993, lo hizo "con muchas ganas, ilusión y ganas de aprender". Los medios, claro está, también eran los justos, pero esa carencia se suplía con implicación y esfuerzo. "El primer ordenador se compró en 1993. Aún así, había que meter los datos de los ochenta alumnos que iban a Selectividad a mano; y muchas veces me llevaba el trabajo a casa. Y encantada de la vida", recalca.

El trato con los alumnos, recuerdan ambos, "siempre fue muy correcto y muy cordial", y ahora mantienen lazos de cariño con muchos de ellos. "Todos han sido, en general, gente muy atenta, noble, solidarios, nada rencorosos. Yo siempre les di la 'matraca' con el estudio, en plan madre, y es algo que aunque entonces no les gustase, ahora lo valoran, y te lo agradecen", señala Gisela López, que destaca que existe "un cariño especial". "Yo recuerdo y tengo más apego a la gente de las primeras promociones", confiesa Manuel Queipo, que también se siente "encantado" con su trabajo en el instituto.

Tras cinco lustros de experiencia en el centro, con sus "altibajos", con viajes, actividades, compañeros, amistades, la lista de pequeñas historias es interminable. "Yo siempre le digo a Manolo que tendríamos que escribir un libro, con las pequeñas anécdotas; ahora parece que de las malas te vas olvidando", señala Gisela López, que califica al instituto como su "segunda casa", y subraya el "cambio en casi todo" que ha sufrido durante todo este tiempo. También tienen palabra de recuerdo para los compañeros que ya no están, como Elvira Piñeiro y Manuel Fernández.

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