Varias compañías aéreas se han aprestado a introducir la norma de que nunca se dejará a alguien solo en la cabina del piloto, es decir, que si el comandante se ausenta por una necesidad irrefrenable otra persona de la tripulación permanecerá con el copiloto el tiempo que dure la ausencia. No está la cosa para bromas, pero son imaginables los diálogos que podrían entablarse, por ejemplo, que el copiloto le asegure al sobrecargo: "Tranquilo, no estoy nada ansioso. ¿Qué haces esta noche?". La medida del "hombre no solo" vendría a ser equivalente al mecanismo del "hombre muerto", que en realidad debería llamarse el "hombre no muerto", ya que si repentinamente fallece o queda inconsciente un maquinista de tren y deja de activar los botones o el pedal correspondiente la locomotora se detiene (esto último, evidentemente, es inaplicable en un avión, pero por ello confiamos en la pareja de pilotos). En cualquier caso, el piloto, ni muerto ni solo, aunque esto último evidencia el difícil camino hacia el progreso, pues las cabinas de avión se blindaron y encerrojaron tras el 11-S, pero ahora hemos descubierto que los seres humanos orinan y que, mientras, dentro se puede quedar alguien con propensión a extinguirse. Algo hay que hacer, tal vez reformar la cabeza de los aviones para que la cabina incorpore un WC o para que la seguridad no dependa de una sola puerta sino de una zona protegida. Pero, ¡por Dios, que a nadie se le ocurra reformar un avión, no vaya a ser que se pierdan plazas! Por otra parte, la medida del "hombre no solo" ya se aplica, al parecer, en EE UU, esa nación cuya insistencia en la seguridad hace progresar el mundo. De hecho, no sabemos a cuánta distancia estamos de tener que viajar desnudos en el avión, que es la única manera de hacerlo completamente chequeados. En efecto, desnudos como Adán, sobre el que, por cierto, se pronunció la bíblica sentencia de que "no es bueno que el hombre esté solo" (de hecho, ni siquiera Dios debe estar solo, y de ahí el descubrimiento de la Trinidad).
