Un político ajeno al disparate no merece pertenecer al club. Por eso, Albert Rivera se ha apresurado a enmendar su aparente y discreta sensatez con una solemne majadería: la de exigir partida de nacimiento a la regeneración democrática, algo que a su juicio queda exclusivamente reservado a los que han nacido en la última etapa democrática de este país y rondan los 40 años. El problema es que entre quienes forman parte de la cúpula de su partido, Ciudadanos, son pocos los que cumplen ese requisito, empezando por el propio candidato autonómico asturiano. ¿Acaso no hay que esperar de él una actitud regeneradora?
El adanismo, por eso recibe ese nombre, anima a los adanistas a pensar que lo bueno empieza con ellos. El pasado es algo que hay que desterrar. Esa tontería de la nueva y la vieja política proviene de la pulsión propagandística del mañana nos pertenece y presume de ese hoy que ajusta cuentas con el ayer. Es posible que Rivera haya sufrido un contagio del virus egocentrista que de repente lleva a algunos a creer que antes de ellos no sucedió nada interesante en esta vida. O igual simplemente no es más que el rapto calculado de poner la muleta para que los contendientes entren al trapo y embistan al político llamado emergente.
No deja de ser algo iluso pensar que la regeneración empezará con tipos como Rivera -ya se verá-, pero la ingenuidad mayor consiste en creer que es algo que sólo depende de menores de 40 años. Como es natural, los jóvenes tienen más posibilidades de influir en lo que ocurra en el futuro que los mayores. Pero no significa que lo vayan a hacer en términos de regeneración democrática poniendo en ello un mayor énfasis que quienes los han precedido en este valle de lágrimas.
En cualquier caso si las campañas tienen como objetivo hablar de lo que menos interesa, Albert Rivera ya lo ha conseguido. Incluso que hablen de él los que no tenían intención de hacerlo.
