En este país cargamos con un grave problema de incalculables consecuencias: nos hemos perdido absolutamente el respeto. Los unos a los otros; los hijos a los padres; los padres a los maestros; los antitaurinos a los que gustan del espectáculo de los toros; los taurinos a los gays; los gays a la Iglesia; la Iglesia a los que no comulgan con la ortodoxia; los ortodoxos a los heterodoxos; los políticos a los ciudadanos y viceversa, puesto que cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen acaban perdiendo el respeto... Y en ésas estamos, en que nadie respeta a nadie. Nadie admite la disidencia o la disensión, cada cual adora su propia verdad, "qui non est mecum, contra me est". El respeto se aprende de niño, y si no se practica, se olvida. No se hereda, se adquiere; es un ejercicio de reciprocidad y reconocimiento mutuo que si deja de practicarse causa atrofia social. El próximo plan de estudios debería incluir como asignatura obligatoria el respeto.