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Sin romperlo ni mancharlo

En la tertulia del café le preguntamos a un amigo común, que vive desde en Barcelona, su impresión sobre los últimos acontecimientos políticos en aquella parte del Estado. Le quita dramatismo al problema. "Por el momento -nos dice- vivimos la exaltación sentimental del soberanismo por un sector importante, pero no mayoritario de la población. Se dicen cosas, se hacen gestos, un tanto infantiles, de provocación ante el Estado, pero dudo mucho que se den pasos hacia el abismo y hacia el enfrentamiento social previa una declaración unilateral de independencia. Todos hemos oído decir a dirigentes de Convergencia esa fatuidad de que se han estudiado, por eminentes juristas al servicio de la causa, varias formas de romper con España sin violar la ley vigente. Y ya me dirán cómo se puede conseguir ese milagro. La afirmación me recuerda aquella explicación que nos daban en la escuela para ayudarnos a entender el misterio de la virginidad de María comparándolo con un rayo de sol que atravesaba un cristal sin romperlo ni mancharlo. Podríamos apostar que cuando llegue el momento, los grandes intereses económicos y militares llamarán a capítulo a los políticos y se buscará una forma jurídica enrevesada para salir del atranco. Ignoro si el arreglo consistirá en un esquema federal del Estado o acabará por convocarse el tan traído y llevado referéndum cuando haya la seguridad de que acabarán ganando los 'buenos' como en Escocia".

No cabe descartar que los hechos acaben dándole la razón a este amigo. Las aspiraciones soberanistas de Cataluña vienen de lejos y nunca han acabado de resolverse del todo. Entre otras cosas porque el poder siempre quiso poner a salvo los intereses de la clase dominante sobre las aspiraciones populares. En 1918 Alfonso XIII, temeroso de un estallido revolucionario, convocó al dirigente burgués Francesc Cambó para que propiciase la redacción de un Estatuto de Autonomía que calmase los ánimos. Luego, pasado el apuro, el mismo monarca boicoteó el proyecto. Y hubo que esperar al advenimiento de la República en 1931 para que se aprobase el primer Estatuto refrendado por masivo apoyo ciudadano. Luego, llegó la guerra civil y la larga dictadura franquista y no volvió a hablarse del asunto hasta que en 1977 Adolfo Suárez trajo del exilio a Josep Tarradellas, todavía presidente de una fantasmal Generalitat republicana, y lo confirmó en el puesto a la espera de redactar un nuevo Estatuto de Autonomía. A cambio, el anciano dirigente de Esquerra manifestó su "inquebrantable adhesión a la monarquía" de Juan Carlos de Borbón y acabó siendo nombrado marqués. Algunos historiadores estiman que el objetivo último del nombramiento de Tarradellas fue poner coto a una peligrosa deriva del electorado catalán hacia la izquierda. Un precedente que nos lleva a maliciar que la conversión al soberanismo radical de Convergencia, un partido de clara orientación derechista, puede ocultar intenciones que aún no están a la vista.

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