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El Copérnico de nuestros días

Francis Crick y su demostración de que no hay nada espiritual que no tenga soporte orgánico

Parece que no damos la suficiente importancia a los acontecimientos científicos que se producen ante nuestros ojos. Uno de estos hechos fue la aparición, en octubre de 1994, de la obra de Francis Crick -premio Nobel de Medicina- titulada "La búsqueda científica del alma. Una revolucionaria hipótesis para el siglo XXI".

Crick afirmó y demostró en esta obra que no hay nada espiritual que no tenga soporte orgánico. Era como afirmar que la espiritualidad humana es material.

Desde su mencionada obra arrancó una fructífera serie de trabajos con la común denominación de neurociencia y que, entre otros extremos, nos facilitaron la labor de entender que lo que nos caracteriza en cuanto humanos está localizado en los cerebros. Más aún, suscribir esa última afirmación causó que nos enfrentemos al escepticismo a raíz de la radicalidad insoslayable de postular que cada uno de los humanos no somos más que un cerebro. Entonces, de un lado comprendimos por qué un científico y catedrático de Física paralítico muscular, salvo un dedo que le permite activar el ordenador, descubridor de los agujeros negros y de sus radiaciones, Stephen Hawking, puede, por lo demás, seguir impartiendo clases en la Universidad de Oxford, mientras que las personas afectadas por la enfermedad de alzhéimer ni se acuerdan de su propio nombre -ésa es la diferencia entre un sistema nervioso central (el cerebro) sano, y uno destruido.

No obstante, la afirmación de que uno es su cerebro y el resto del organismo le presta el soporte orgánico produce resistencia, si no rechazo. No basta que se sepa que el cerebro -cuyo peso corresponde al 2% del de organismo entero, pero consume entre el 20% y el 25% de calorías de este mismo organismo- centralice todo lo que sentimos y que hacemos. La gente, en general, considera al cerebro un órgano, mientras que la evidencia científica dice que el cerebro es lo que es la persona misma. El lenguaje, que va detrás de los hechos, aún no encontró semas ni sintaxis para que el habla corriente acoja correctamente el concepto del cerebro. Producirá extrañeza, si no rechazo, la afirmación de que cada uno es, en realidad, el cerebro con el nombre de la persona que lo sostiene; sin embargo, ésta es la evidencia científica. Si ya fuera posible técnicamente un trasplante del cerebro, lo que se cambiaría es la personalidad del cuerpo de acogida.

Todo eso no supone ninguna novedad para los neurocientíficos, que son una escasa minoría, pero sí para la gente en general.

Causa extrañeza pensar que lo que determina que uno sea ése, precisamente ése, sea su cerebro. Más aún, si quisiera expresarlo con toda precisión, no debería haberlo dicho así, sino que es el cerebro aquel al que corresponden las identificaciones -nombre, apellido, etcétera, de la persona en cuestión- el verdadero sujeto de la personalidad.

Ésta es la problemática que interesa, como ya se ha dicho, a los neurocientíficos y todos ellos en sus libros citan a Francis Crick en un lugar eminente. El último libro que llegó a este despacho sobre el tema es de Facundo Manes y Mateo Niro (1), referentes mundiales de las neurociencias. De la introducción copiamos el siguiente párrafo:

"Al tratarse de un área fundamental para el conocimiento humano, resulta comprensible y necesario que los procesos de las neurociencias no queden solamente en los laboratorios, sino que sean absorbidos y debatidos por la sociedad en general. Si nos hicieran un trasplante de riñón o de pulmón, seguiríamos siendo nosotros mismos. Pero si nos cambiaran el cerebro, nos convertiríamos en personas distintas".

El hecho es que, como mencionamos al principio, vivimos en un mundo de enormes y rápidos progresos en todas las ciencias y no resulta nada fácil ir asimilando cambios que nos hacen diferentes culturalmente de nuestros progenitores y que nos cuesta trabajo no quedar a la zaga de lo que ya es para nuestros nietos un saber más que cotidiano.

Crick dio a su obra el estatus de hipótesis. Hoy en día, 22 años más tarde, ya no se trata de una hipótesis, sino de una adquisición científica bien comprobada que ha enriquecido nuestros conocimientos y que dio pie a que los nuevos investigadores sigan los caminos abiertos por la obra de Francis.

(1) Facundo Manes y Mateo Niro, "Usar el cerebro", Círculo de Lectores, Barcelona, 2016 [2015].

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