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Javier Cuervo

Un millón

Javier Cuervo

El confort era un ideal

El confort era un amplio living room con dos alturas -aquí madera, allí moqueta, piedra en la chimenea- en el que los sofás y los sillones facilitaban sentarse sin la postura rígida a la que se obligaba a los niños en el colegio, en la iglesia y en la vida. En el confort, el televisor era un cajón donde cabían comedias familiares, aventuras de enmascarados y dibujos animados con ratones y los grandes ventanales no temían al mundo exterior, suave y ajardinado.

Por la puerta abierta de la cocina se veía la panza blanca de la nevera en representación de toda la gama de electrodomésticos, grandes como la lavadora, pequeños como la tostadora que expulsaba las rebanadas de pan de sándwich cuando ya estaban morenas. Quizá mejor empollados por la temperatura de la calefacción, los habitantes del confort, que descansaban después de haber acabado sus tareas, eran más altos, más rubios, vestían de forma más moderna y sonreían a toda dentadura en armonía con aquella atmósfera perfecta. El confort era un ideal en colores que cabía en la página de octavilla del "Selecciones de Reader's Digest" donde patrocinaba su visión un paquete de tabaco rubio, una bebida de alta graduación o una empresa eléctrica estadounidense.

Ahora el confort ha dejado de ser un ideal y cualquier patán del entrenamiento y de la autoayuda dicta que es una zona que hay que abandonar cuanto antes, porque en ella se está a gusto y en el mundo actual, una combinación ideológica con dos partes de Chicago y una de Esparta, hay que salir a correr al frío, hacia delante, hacia atrás, con una pierna, con la otra, y volver con el pulsómetro a cien o a cero, regado por la adrenalina hasta los capilares y regresar al día siguiente al trabajo, tonificado por una ducha de temperaturas alternas, dispuesto a morir y a matar como corresponde a un presente que es la precuela de "Walking Dead".

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