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Ignorancia

Pongamos que me llamo Elena. Me parece que tengo 2 años y 7 meses.

Casi no me atrevo a dirigirme a vosotros. Me da vergüenza porque? ¡porque no sé nada! Uf, lo he dicho. A quienes no sabemos nada se nos llama ignorantes. Así que soy una de esas personas a las que se les puede poner esa desagradable etiqueta. Soy una ignorante y no me gusta serlo.

Voy a contaros cómo me di cuenta del gran desconocimiento que poseo. Me encontraba una tarde conversando con mi osito de peluche preferido sentada en el suelo. En la sala estaba mi abuela Belén, a la que adoro, y una vecina que de vez en cuando se cuela en su casa a dar la lengua. Mi abuela la llama doña Cotilla Engreída, aunque ignoro si ése es su verdadero nombre. Jugaba yo a darle de comer al osito una pelota. Le decía: "Toma, come esta manzana, que te va a gustar mucho". Él abría una boca enorme. Parecía que la quería tragar entera. Y yo lo calmaba poniendo la voz paciente de la abuela: "Come despacio que te vas a atragantar".

En ese momento intervino doña Cotilla. Se dirigió a mi abuela como si yo no estuviera allí: "Fíjate en Elenita, pobrecilla, cree que la pelota es una manzana". Y añadió con voz meliflua: "¡Ay!, la infancia es la edad de la bendita ignorancia". Y no satisfecha con estas dos afirmaciones, agregó con voz repipi: "Un bebé es la mejor representación de los que no saben nada".

Oír esas palabras referidas a mí me hizo sentirme como si no existiera, como si fuese tonta. Yo jugaba, repito, jugaba a dar de comer al osito, ¡pero no confundía pelotas con manzanas!

Mi abuela se dio cuenta de inmediato del desasosiego que me embargaba y, alegando que tenía que hacer un recado urgente, despidió a aquella mujer "tan sabia".

Ya a solas, me cogió en sus mullidos brazos y me dijo despacito, como si me estuviera contando uno de los cuentos que tanto me gustan: "Aún no sabes muchas palabras, niña mía, y, sin embargo, sabes que algunas pueden hacer mucho daño. Poco a poco irás aprendiendo que la ignorancia no es no saber, sino no querer saber. Y que presumir de saber es la manifestación más grande de ignorancia. Yo te quiero mucho y confío en ti. Tú eres como las plantas: buscas la luz, buscas el conocimiento".

Mi abuela Belén fue la que me dio el coraje para exponer lo que acabo de contar. Os pido disculpas por no saber expresarlo mejor. Sólo añadir, para terminar, que aprendo muchísimo cada día, pues deseo saber. No quiero ser una ignorante; ni quiero, cuando sepa algo, alardear de que lo sé.

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