Hoy es Jueves Santo, día del amor fraterno, de manera que conviene enterrar el hacha de guerra y someterse a un acto de contrición de tres días y otras tantas noches, hasta que nos resucite el instinto zascandil. Te pedimos perdón, Señor, por tantas veces como zaherimos desde este púlpito a nuestros servidores públicos, esos hombres y mujeres de mucha honra y buena fe a los que hoy conminamos a la misa crismal, ya que tantas veces nos llevan de crisma.
Para qué, en época de recogimiento, erigirnos en dedo acusador cuan poncio poderoso si nadie nos ha dado vela en el entierro de esta ciudad, que agoniza en el Gólgota del estancamiento y de la ausencia de iniciativas relevantes; a cuyo vía crucis le faltan un par de estaciones: la de autobuses y la del ferrocarril; donde el paro campea a sus anchas como soldado romano en Getsemaní porque la crisis se ha llevado por delante varios miles de santos oficios...
Aun así, tengamos la fiesta en paz, por mucho luto y mortaja que nos asista: no hagamos la pascua a los que nos flagelan; seamos mansos como rebaño de corderos pascuales a los que la desidia conduce al desolladero.
Día del amor fraterno para lavar los pies a doce concejales, o al menos a los ocho del equipo de gobierno, a los que conviene un lavado de imagen de blanco eucarístico para que encierren por fin bajo siete llaves el morado cuaresmal.
Un malabarista en la calle Corrida fabrica con detergente y agua gigantescas pompas de jabón. ¿Serán, hoy víspera del Viernes Santo, pompas fúnebres?
