Nos habíamos acostumbrado tanto al sorprendente prodigio deportivo de salvar el pescuezo en la última semana de campeonato que elucubramos otra vez durante meses con la posibilidad de repetir fenómeno asombroso. Y para más coña, de nuevo con el Betis de compañero de farra y de bureo. Casi ná... Y que corra la sidra y la manzanilla.
Nos creíamos que, una temporada más, el año del Sporting iba a ser un remedo de la corte de los milagros de Víctor Hugo, pero ni la Santina es Nuestra Señora de París; ni El Molinón, el barrio del mercado de Les Halles, aunque por ambos escenarios deambulen trileros.
Puede que se le avecinen al equipo señero de esta ciudad semanas muy tensas. Con toda probabilidad no seguirán ni el director deportivo, que erró en la mayoría de los fichajes; ni el entrenador, que no supo enderezar el rumbo de una nave a la deriva. El problema mayor es que en la actual plantilla hay una veintena de jugadores con contrato que ya se sabe lo que dan de sí y cuyo nivel de compromiso alcanzó escasa nota.
Fino tendrá que hilar la propiedad, que este curso pretendió dar puntadas con bien escaso hilo. La actual plantilla no aguanta ni un remiendo ni un zurcido: si llegaron dieciséis, lo mismo ahora hay que prescindir de veinte. Con los mismos sobre el césped, hasta el peor sastrecillo de Segunda nos hace un traje. Y sólo hay dos caminos a seguir: el del Levante, cuya estancia en el pozo ha sido efímera, o el del Mallorca, al borde de un nuevo descenso a una sima aún más profunda e inhóspita.
