La Nueva España

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Catedrático de Ciencias de la Conducta de la Universidad de Oviedo

Rodolfo y su imaginación: el fármaco de la vida

La vejez como oportunidad para centrarnos en nosotros mismos y crecer psicológicamente

La telaraña de la soledad. En la actualidad, el mundo asiste a una quiebra de los valores morales, éticos, psicológicos, políticos y económicos. Como sabemos, lo único absoluto es el relativismo moral; una especie de subjetivismo irresponsable sujeto a conductas amorales; un mundo cultural altamente perjudicial para los mayores que propicia la soledad, la tristeza y la depresión. Un contexto social deshumanizado, cosificado y reducido a objetos; las personas son consideradas como objetos, en especial las personas mayores. Las nuevas tecnologías, las redes sociales nos distancian aún más de los otros, y las necesidades psicosociales tan importantes para la salud y la estabilidad emocional se difuminan lentamente. Sin embargo, el ser humano necesita vivir con valores y una filosofía de vida, casi del mismo modo que necesita la luz del sol, el calcio o el amor. Y cada vez es más necesario estar juntos, conversar, tocarse, intercambiar miradas, acariciarse, porque sin estos ingredientes y, especialmente, sin el amor, es imposible la vida. Por eso aparecen "muertos vivientes", personas que deambulan, vagabundean por la vida, condenados a morir, que han perdido la esencia o el rumbo de la vida, es decir, el sentido de la vida. En fin personas de sombrías perspectivas que sufren un prolongado desarraigo que supone la pérdida de su propia identidad psíquica. Sin duda, vidas vacías que pululan por las calles o las instituciones geriátricas, provocando desorientación y desamparo. Con frecuencia, por razones muy personales, escogemos lentamente la soledad, sin darnos cuenta de sus insospechadas consecuencias. Para empezar, mucha gente si te ve solo dice ¡Yo no podría vivir solo/a! Cierto, muchas personas se enchufan a la televisión para no tener que hablar ni pensar, para dejar "que me vivan".

Los efectos de la televisión. El único refugio o vínculo de comunicación es la televisión, el móvil o las redes sociales, lo cual aumenta de forma importante la soledad de la persona mayor; cada día se cierran más en el mundo de la televisión y de las nuevas tecnologías y no son conscientes del peligro que implica en cuanto a las relaciones sociales y al propio equilibrio emocional. La televisión presenta una información letal para nuestro equilibrio mental. Así, un inacabable rosario de malas noticias, un apocalipsis continuo que es como meter la muerte en casa en la comida o en la cena (información catastrofista, imágenes de atentados terrorista, secuestros, asesinatos, accidentes de tráfico, personas quemadas, agredidas, violadas, masacradas, maltratadas, malnutridas, llenas de miedo, etc.); en fin, imágenes muy expresivas de angustia, dolor y desesperación. Y nuestro cerebro responde a ese bombardeo continuo generando pensamientos y sentimientos incompatibles con la felicidad y la salud. Asimismo, permanecer ante la televisión genera pasividad, lo cual puede resultar cómodo, pero puede ser la antesala de la depresión; una forma de depresión social confortable. Inequívocamente, la televisión es perjudicial para la salud, ya que incrementa el sedentarismo y el consumo de alimentos. Por lo tanto, la obesidad sigue engordando como una gran bola de nieve cuesta abajo. De esta forma, la televisión acorta la vida, y si no, la malgasta. Una televisión estremecedora que produce un fuerte impacto emocional y provoca en muchas personas mayores estados de tensión emocional, temor, angustia y desolación. Una sobreinformación altamente estresante produce una indiferencia afectiva que puede abocar a un estado mental depresivo y autodestructivo. Desde el punto de vista de la salud, es necesario neutralizar tanta basura informativa que alimenta muchas mentes masoquistas, para centrarse en un saber vivir y en descubrir todo lo mejor e ilusionantes de nuestra existencia, disfrutando de los pequeños detalles, de las reuniones familiares, de las conversaciones con amigos y, por qué no, de un buen programa de televisión, pero que elijo yo. En fin, sueño, comida y televisión es la trilogía de estas personas sumidas en la soledad y en el abandono físico y familiar.

Salir de la pereza y de la soledad. Rodolfo tiene 91 años y se ha visto atrapado en las rutinas de la vejez; se fue apartando de la realidad, despojándose de antiguos hábitos, cambiándolos por rutinas que ahora forman parte de ese perfil que, eufemísticamente, llamamos "mayores". Sin paliativos, dice, hay que salir de esa pereza, ya que "no hemos nacido para estar cómodos, sino para ser felices". Para Rodolfo, constituye un auténtico drama esa sosegada fuga de la vida con paso tan prolongado y perezoso y trata de disimularlo con actividades lúdicas que nunca ha practicado: baile, gimnasia, música, estimulación de la memoria, taller de pintura, taller de manualidades, etc. Rodolfo tiene un desmedido interés por conocer si mañana hará sol, lloverá o habrá viento que volteará sus canas. Con frecuencia, mira el reloj, tratando de averiguar con exactitud la irreprimible marcha del tiempo. El tiempo se le va de las manos. La fiesta y la música de la vida, antes "in crescendo", ahora se disipan a medida que avanza el día. Rodolfo quiere medir el tiempo, el vacío sin fondo, los espacios oscuros del paso irremediable de la vida. Y, sin embargo, adopta una incongruente puntualidad en los diversos horarios: ir al médico, desayunar, comer, ver el telediario, acostarse, pasear, etc. De ahí la sensación de pena, abatimiento, rutina, abandono, tristeza y de apagón emocional. Ahora, a sus años, Rodolfo tiene una visión desoladora, cruda y veraz de un mundo que él siente como putrefacto. Sin duda, tiene brotes de humor pero lo que realmente falla es ese auténtico amor a la vida; su pasión por la vida, bandera de su propio existir. En este sentido, tenía razón el conceptista y satírico Torre de Juan Abad: "Todos deseamos llegar a viejos, pero todos negamos que hayamos llegado".

Vivir plenamente. Pero lo más saludable es vivir plenamente hasta donde se pueda, porque lo peor (¡o lo mejor!) está por llegar. Como dice Rodolfo, en ocasiones no escogemos la soledad, pero los eventos de la vida te arrojan al precipicio de la soledad; la muerte de la pareja y la independencia de los hijos, facilitan la aparición de la soledad física y espiritual. Rodolfo ilustra con sus propias palabras el realismo de la soledad: "la soledad muerde". La soledad encasilla al personaje e impide su evolución abocándolo a un proceso de comportamiento neurótico. Dice Rodolfo que una de las sensaciones que más dolor nos puede producir es la de sentirnos rechazados y abandonados. Además, la efímera inmediatez del ser nos coloca en la nada como único soporte de nuestra existencia. Por eso, es muy importante buscar la conexión con el "otro", como un fármaco psicológico eficaz para la supervivencia. El abrazo fuerte e íntimo puede ser un fármaco potente para superar la soledad. En el Eclesiastés (4:10) encontramos "pobre del que está solo y se cae y no tiene quien le ayude a levantarse". También la soledad puede ser un caldo de perfección y de trascendencia. Además, si Rodolfo tiene el ánimo decaído, notará más molestias y magnificará los dolores y síntomas que tanto le inquietan, dándoles una atención excesiva y explicaciones alarmistas. Esta conducta implica la aparición de nuevos síntomas (tensión en la espalda, jaquecas, cansancio físico, dolores inespecíficos, mareos, dolencias gástricas, taquicardias, angustia), así como la intensificación de los precedentes. Es posible, en esas circunstancias que la persona mayor acosada por la soledad, la angustia y el miedo, desarrolle una gran hiperventilación con eliminación excesiva de dióxido de carbono (hipocarbia), lo cual puede precipitar ataques de pánico, despersonalización e irrealidad. Por lo tanto, hablar constantemente de sus males, puede crear e intensificar otras dolencias y, al mismo tiempo, aislarle de los demás. Así, pues, una atención excesiva en el cuerpo y en la sintomatología no hace más que disparar nuevas dolencias (dolores hipocondríacos). Es necesario salir del propio cuerpo y descubrir sensaciones, emociones, pensamientos, tareas, aficiones y relaciones que nos generen distracción y entretenimiento. Muchas personas como Rodolfo se hunden en su pasado, creyendo encontrar un estímulo para su espíritu demolido y no son conscientes que han sido atrapados por ese pasado turbulento que les aleja de la actividad, sociabilidad, amistad y de la felicidad. En este sentido, esta cita del Quijote es muy ilustrativa. Ese "loco genial" que supo de "naufragios" en tierra firme y de aquello que le dice su fiel escudero entre llantos al final de su vida, cuando exclama: "porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie lo mate, ni otras manos lo acaben que las de la melancolía ".

Vencer la soledad. Hemos de admitir que la soledad nos acompaña siempre. Bajo nuestra piel, solos estamos desde que nacemos y nos cortan el cordón umbilical, lo que nos hace necesitados del cuidado de los otros. Pero en lugar de hundirnos en la miseria, con un espíritu jovial y emprendedor, podemos encontrar soluciones eficaces para el conjunto de problemas psicológicos que surgen durante el proceso de envejecimiento. A veces, cualquier leve contrariedad inesperada, en medio de nuestras rutinas, provoca una sensación de mal humor. En nuestro ciclo biológico, encontramos episodios de vidas rotas, esperas estériles, encuentros truncados, decisiones inadecuadas, discusiones ociosas, decepciones, desengaños, acciones inesperadas, abandonos, enfermedades, tinieblas de miedo y actitudes imprudentes. En fin, un sinnúmero de experiencias cotidianas que pueden actuar como tóxicos para nuestra salud mental. Esto hace que diariamente acumulemos tensiones emocionales, creando malestar propio y a nuestro alrededor: surge entonces la ansiedad y la angustia en función de la incertidumbre, y la sensación de estar atrapados sin salida. Rodolfo, como cualquiera de nosotros, tiene miedo al abandono, a la pérdida, a la soledad. Sin embargo, lo podemos controlar centrándonos en ese camino de felicidad, en esa sinfonía lumínica de la vida única e irrepetible; en la sensación placentera de vivir, de amar, de esperanza, de humor, de querer y de aprender. Kant decía que la vida se hace soportable por la esperanza, los sueños y el humor. Y también por la luz, por la luminosidad de la vida, pese a que su inmaterialidad la hace intangible e inaprensible. La vida nos deslumbra, en tanto que el envejecimiento puede apagar esa luz cegadora y se convierte en una luz tamizada, menguante y penumbrosa. Tal como decía August Von Kotzebue, dramaturgo alemán (1761-1819), el sol es la medicina universal de la farmacia celestial. Pero la luz, como la vida, es por su propia naturaleza fugaz y finita. "Luz, más luz", fueron las últimas palabras de un agónico Goethe. Lo significativo es vencer la soledad, la simple realización de actividades varias como visitar museos, ayudar a los demás, cultivar la amistad, pertenecer a un club, participar en un centro social, asistir a clases o programas de estimulación, bailar, practicar excursiones, etc. son suficientes para mantener alejado el fantasma de la soledad.

Y la amistad. La amistad es muy importante para vencer la soledad y la depresión. La amistad y la conectividad social mejoran la plasticidad del cerebro, fortaleciendo el sistema inmune y el aprendizaje, elevando los niveles de energía y el maravilloso caudal que se desprende de esa energía vital: optimismo, motivación, alegría, buen humor, amistad, actividad, entusiasmo y ganas de vivir. Aristóteles decía que la amistad es lo más necesario en la vida; es un soporte social y afectivo imprescindible. Por eso Rodolfo utiliza de forma muy eficaz su inteligencia, recreando con su imaginación la sencilla y agradable vida bucólica que tuvo en su aldea natal. Esas reflexiones contrarrestan la tristeza que siente por la separación de su pueblo, de su paisaje y de su familia. Su imaginación tiene un efecto farmacológico poderoso conjurando las amenazas psicológicas que a esta edad y en este contexto surgen por doquier. En la actualidad, existe una gran expansión de un individualismo feroz; mi soledad es mi castillo, piensa mucha gente; hacemos excursiones al exterior para volver a centrarnos nuevamente en la seguridad del castillo. Por eso, es determinante reconstruir y reforzar los vínculos sociales, los sistemas afectivos, absolutamente imprescindibles para asegurar la convivencia y la salud. En el amor, la comunicación y en la compañía, podemos encontrar los antídotos de la soledad y la melancolía, porque el hombre es esencialmente un ser sociable. Durante años el amor fue lo más importante de su vida; era la cabina de mando, el centro de sus pensamientos y de su vida. La soledad enfría el amor y genera olvido. Y, sin embargo, el amor "omnia vincet". Ahora, Rodolfo vive en gran parte de su imaginación y de sus ensoñaciones. Me dice Rodolfo que la vida está tejida por múltiples historias que se escriben en minúscula hasta que sobreviene la extrañeza del envejecimiento; entonces la esperanza y el enamoramiento se disuelven abruptamente. Pero aprecia que la vejez es una gran oportunidad de encontrarnos a nosotros mismos, una posibilidad de crecer psicológicamente, de abandonar viejos hábitos, de centrarnos en nosotros mismos y de dar rienda suelta a nuestros sueños e ilusiones, tantas veces aplazados por el duro trabajo y la atención y el cuidado de los demás. Por ejemplo, la función del arte y de la literatura es catártica y reparadora, porque implica conocimiento y maduración psicológica; como decía Freud, "son nuestros poetas y literatos nuestros maestros en el conocimiento del alma". Recuerden por un momento aquel estupendo pasaje en que don Quijote le aconseja al canónigo de Toledo que: "lea estos libros, y verá cómo le destierran la melancolía que tuviere y le mejoran la condición, si acaso la tiene mala". Algo que no falla, aceptar las propias limitaciones y sacar provecho a las potencialidades que a menudo están escondidas y hay que buscar. También es necesario identificar los aspectos positivos que tenemos e inclinar la balanza del lado más amable; tratarnos bien, dejar salir toda la energía que tenemos como personas con los mismos derechos y obligaciones y contagiarla a nuestro alrededor. El núcleo familiar forma un entorno de apoyo afectivo y emocional para resolver las situaciones y reencontrar la paz, pero también a menudo, es donde descargamos las emociones negativas, conduciendo a la pareja a crisis internas que podrían ahondar en la soledad. Y, finalmente, la esperanza es esencial para mantener la luminosidad de la vida, para reforzar las expectativas de la vida, para renacer de las adversidades, de los traumas, de las desgracias y de las enfermedades. Naguib Mahfuz, premio Nobel de Literatura en 1988, escribió en su obra "El viaje del hijo de Fatuma", lo siguiente: "Me invadió una nueva sensación y disminuyeron mis tristezas, el viaje controló mis sentimientos y se abrieron ante mí horizontes ilimitados para la esperanza". ¡Con la esperanza, todo parece ser ilimitado, incluso la propia vida! El viaje es la vida que estimula los sentidos, aporta conocimiento y tiene efectos innegables sobre el espíritu. Y termina Rodolfo: "la vida es fascinante, siempre misteriosa y con el alma inconquistable". ¡No la desperdicies y vívela intensamente!

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