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andres montes

Algo de luz, por fin

Los efectos clarificadores de una investidura fallida

Nuevo fraude del soberanismo. La investidura de Jordi Turull se anunciaba como la falsa salida a casi dos meses de embarrancamiento político y ni siquiera llegó a eso. Es ya un sello distintivo la costumbre de quedarse cortos, de nunca alcanzar el objetivo final, sea la república o la presidencia de la Generalitat.

De la precipitación por anticiparse a lo que hoy haga Llarena con Turull quedan al menos dos efectos consoladores. El primero es que el tiempo vuelve a correr en Cataluña, lo que no resulta un cambio menor en un territorio cada vez más congelado en su propio ensimismamiento.

El segundo efecto es clarificador, en distintos planos. Queda, por fin, constancia de que aunque se propongan actuar como un bloque único las fuerzas secesionistas carecen de una mínima coherencia política interna más allá de la lengua, la patria y la república. Para la CUP la credulidad ya no resulta revolucionaria ni sirve como vía para abrir un nuevo tiempo histórico en Cataluña. Si una mínima parte del cuerpo electoral soberanista tomara nota de ese cambio en la actitud cupera podría vislumbrarse el final del cuento en su versión actual.

En otro plano, poner el foco en Turull sirve para arrojar luz sobre el que fuera monaguillo de Puigdemont, que, como en el chiste de la muerte del Papa, se beneficia de que corra el escalafón por la imposibilidad de su superior de recuperar la presidencia catalana. El discurso letárgico del aspirante fallido fue acogido con decepción por quienes no percibieron que era un traje cortado a la medida de un candidato gris y secundario. Con el añadido de que Turull conoce ya lo que es la cárcel y quiere seguir entre los que están fuera, los que más contribuyen a que sigan penando los que están dentro.

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