P. GALLEGO

Emilio Sagi es especialista en dar a la zarzuela «una vuelta de tuerca» capaz de modernizarla sin que pierda su espíritu. Y esa habilidad quedó patente en la nueva propuesta escénica que presentó anoche el Campoamor, una coproducción con el Municipal de Santiago de Chile (donde el estreno de «Pan y toros» fue todo un acontecimiento) y el Teatro de la Ópera de Lausanne, su próximo destino.

Como si la función se representase en las salas del Museo del Parado dedicadas a Goya, dos de las obras del genio aragonés enmarcaron la acción, «Saturno devorando a su hijo», una de sus pinturas negras, y «La pradera de San Isidro». El propio Goya abrió la noche dando las últimas pinceladas al primero de los cuadros, en el que el mito clásico transmitió la desesperación del reino español poco antes de la invasión francesa, al son de «Hoy fusilan un soldado».

El corregidor Quiñones, a cargo de un gran Luis Álvarez, quiso dar al pueblo «pan y toros» para que olvidase las miserias del Gobierno, «y en vez de universidades, escuelas de tauromaquia». Pero Jovellanos, «ángel tutelar de España», la princesa de Luzán y el capitán Peñaranda se lo impidieron.

La acción comenzó a orillas del Manzanares y durante toda la historia la superficie sobre la que caminaron y bailaron los protagonistas fue de color rojo -«rojo Sagi», como en su última «Lucia di Lammermoor» en la Temporada de Ópera-. «Saturno» volvió en cada cambio de escena, y los lienzos de Goya subieron y bajaron. Incluso en algunos momentos los protagonistas parecieron formar la estampa del cuadro «La familia de Carlos IV». Los miembros del coro, con movimientos muy estudiados dado el reducido espacio escénico, fueron madrileños aficionados a los toros, monjes y majas. Incluso hubo una improvisada plaza de toros, con los bancos a modo de burladeros. El trabajo de Enrique Bordolini (escenografía e iluminación) y los figurines de Imme Möller dieron fuerza y credibilidad a las escenas, en las que también sobresalió el cuerpo de baile comandado por Nuria Castejón. Al final, la firma de Sagi y el trabajo de Javier Ulacia quedaron patentes en la caracterización de cada personaje y en todos los detalles de la producción. Incluso en el saludo final de la compañía, al ritmo de los aplausos del público que llenó el teatro.