Esperaba yo a que se abriera el semáforo del Escorialín y me encontré a Juan, abogado él; nos saludamos y, en nuestra breve conversación mientras se encendía el verde de los peatones, le comenté mi inquietud por la cantidad de gente que yo atendía en la calle, ante mi doble condición de aparejador y escritor: el tiro de una chimenea, la poesía de Gamoneda, grietas en los dinteles y jambas de las ventanas, el queso gamonéu, humedades en dormitorios, la subida a la Gamonal... «¿Podría yo cobrar aunque despache en la calle?». Y me respondió Juan: «Por supuesto, Pepe; eres un profesional; incluso deberían ser tarifas más caras, al saltarse el cliente la antesala, por su carácter de consulta perentoria y porque gastas suela, como los camareros en las terrazas. Debes cobrar por ello». Se abrió el semáforo y nos despedimos. Al día siguiente, me llegó a casa su minuta.