La Orquesta «Oviedo Filarmonía» volvió a unir atriles este año con su homóloga joven, en un programa musical ambicioso para la paleta sinfónica, que reflejó un alto nivel de respuesta tras el último encuentro de la joven orquesta. El trabajo de los maestros de la formación, unido a la visión del repertorio por parte del director, Friedrich Haider, que da solidez a las apariciones de la agrupación, fueron ambos seguros de éxito. Por otro lado, si hay una actividad musical, en lo referido a la música clásica, que caracteriza la temporada estival en Asturias es, a falta ahora del Festival de verano de Oviedo, la didáctica. La oferta formativa desde cursos, encuentros y escuelas de música estivales abre oportunidades a los jóvenes instrumentistas que además enriquecen su forma de entender la música, en un sistema de enseñanza oficial rígido.

La primera parte del concierto del viernes estuvo dedicada al «Concierto para violín y orquesta Op. 26» de Ermanno Wolf-Ferrari, compositor predilecto del titular de la OFIL que, para empezar la velada, apareció en su plantilla habitual. El concierto tuvo como protagonista al violinista Benjamín Schmid, habitual del Festival de Salzburgo y versátil instrumentista reconocido también en el campo del jazz y la música de cámara. Schmid repitió así con la orquesta, tras la «Fantasía escocesa n.º 1, Op. 46 para violín» de Bruch, que traía al ciclo del Auditorio el año pasado. En esta ocasión, Schmid hizo un alarde técnico de altura en una obra que, por encima de los fuegos de artificio, no es especialmente agradecida en lo que a oportunidades de expresión se refiere. En este sentido, muy bien escogida fue su propina, la «Passacaglia en sol menor», de Biber, basada en la cadencia andaluza. Para la orquesta, el Concierto de Wolf-Ferrari tampoco fue ninguna broma. Al desarrollo de la parte solista se sumó una partitura con diversas influencias, desde el concierto clásico hasta lenguajes musicales de diferentes países, y cambios de carácter demasiado condensados. Buena lectura.

La «Sinfonía alpina» de Strauss fue el plato fuerte de la jornada, con una gran orquesta donde los jóvenes músicos fueron los primeros responsables. La sonoridad de esta obra programática estuvo bien calibrada, en lo que al volumen sinfónico y la evolución de sus veintidós números se refiere. De este modo, la arquitectura de la obra fue perfectamente inteligible, con un tratamiento inclusivo de las partes orquestales y una ajustada actuación tanto por parte del viento -un metal de gran nivel- como de la cuerda. Momentos estelares de esta segunda parte del concierto fueron el paso de la luz a las sombras, previo a la tormenta, de la sinfonía, así como «El descenso», por el desencadenamiento definitivo de los temas que desarrolla la sinfonía.

La Joven OFIL, que está además inmersa en las funciones de la zarzuela «La del manojo de rosas», volverá al auditorio ovetense el próximo miércoles, en una gala lírica junto a la soprano Raffaella Angeletti.