Pablo GALLEGO

La imagen de un atardecer y una extraña vivienda de color plata presiden estos días el escenario del teatro Campoamor. Forman parte de la escenografía de la ópera de Richard Strauss «Ariadne auf Naxos», que el próximo domingo 13 da el pistoletazo de salida a la 62.ª Temporada de la Ópera de Oviedo, que cuenta con el patrocinio de LA NUEVA ESPAÑA.

El director de escena francés Philippe Arlaud es el cargado de dirigir el entramado teatral que contará la historia de Ariadne. «Mi idea era ser fiel al trabajo de Strauss, y ayudar a que se entienda el propósito de su obra», asegura el director desde el patio de butacas del Campoamor, poco antes de comenzar uno de los ensayos con el personal técnico del teatro. Nacido en París, formado en Estrasburgo y afincado en Viena, Arlaud ha mostrado su trabajo en los más importantes teatros de la vieja Europa.

«Ariadne auf Naxos» está dividida en dos partes. Un prólogo donde Strauss juega con «el teatro dentro del teatro», y un único acto que convierte a esta ópera «en una de las mejores muestras del genio alemán». Además, Arlaud es el encargado -junto al director musical, Sachio Fujioka- de descubrir este título a los aficionados asturianos a la ópera, ya que el próximo día 13, «Ariadne auf Naxos» sonará en el Campoamor por primera vez en la historia de la temporada lírica. «Es una responsabilidad», reconoce el director, «pero al mismo tiempo es algo que me produce muchísimo placer».

«La primera parte es absolutamente teatral, y muestra a un grupo de artistas que se prepara para representar una función», explica Arlaud, «y el color de la música de cámara convierte este episodio -basado en la comedia de Molière «Le Bougeois gentilhomme», de 1670-, en una comedia, así que mi escenografía está pensada para favorecer ese juego entre los cantantes-actores, y, al mismo tiempo, para hacer que la historia se entienda», apunta. «Pero en la segunda parte, con Ariadne como absoluta protagonista, la música se hace gigantesca, el espacio escénico se abre y crece al ritmo de la música».

En esta producción -elaborada en colaboración entre la Ópera Nacional griega, el teatro Carlo Felice de Génova y la Ópera de Oviedo- esa «apertura» del espacio escénico se traduce en el movimiento de los elementos que componen la escenografía ideada por Arlaud. «La sala de la primera parte se abre», explica, «y, poco a poco, se descubre el mundo de Ariadne, la historia que cuentan los actores de la obra anunciada en el prólogo, y que combina la comedia y el drama».

Ahí es cuando aparece Naxos, la isla en la que, según la mitología, Teseo abandona a Ariadne. Para Arlaud, «la isla representa la soledad de Ariadne, pero también su memoria», materializada en algunos de los elementos de la primera parte de la obra. «Mi trabajo sólo ha consistido en seguir la inspiración de la música y llevarla al plano escénico», opina el director.

En el estreno ovetense de «Ariadna auf Naxos», el peso de la representación recae sobre la soprano estadounidense Emily Magee. «Tiene una voz bellísima, y encarnará muy bien a su personaje, porque ha entendido muy bien la psicología de Ariadne», asegura Arlaud. Junto a ella estará el tenor canadiense Richard Margison, «que con su amor la sacará de su encierro y hará aparecer el mar en la isla», adelanta el director. Ambos han estado ya sobre el escenario del Campoamor. Ella, como Elizabeth en «Tannhäuser»; él, como Radamés en «Aída».

El trío protagonista lo cierra la soprano Gillian Keith, que dará vida a Zerbinetta. «Es una cómica excepcional», reconoce el responsable escénico, «mucho mejor que la que tuvimos en Genova en el estreno de esta misma producción». Ella cantará el aria «Grossmächtige Prinzessin!», quizá la más compleja de este título, cuajada de sobreagudos, trinos y escalas.

Junto con el resto del reparto, estos tres cantantes son la base del exigente trabajo escénico diseñado por Arlaud para esta ópera, y en el que no admite «tonterías ni quejas absurdas». «No negocio con los cantantes», advierte. «Ya estoy mayor para andar con tonterías, deben ser profesionales para aceptar mis indicaciones, y si se niegan a hacer algo, directamente los echo», afirma rotundo. «Deben entrar en el juego escénico, porque, si no, no sería una ópera, sino un simple recital junto a una orquesta».

Arlaud, que tras Oviedo regresará a la ópera de Baden-Baden (Alemania) con un nuevo montaje de «Carmen», no teme que estas afirmaciones se confundan con la aparente tiranía de otros directores de escena. «Decir "no" me parece una falta de respeto por parte del cantante, tanto a mí como al público, y sobre todo, a sus compañeros». «Puedo adaptar el vestuario, porque no todos los cantantes son iguales y a todos no les sientan bien las mismas cosas», aclara, «pero nada más».

En esta «Ariadne», el propio director se somete a las directrices de la escena. En las cuatro funciones programadas por la Ópera de Oviedo para este título (los días 13, 15, 17 y 19 de septiembre), Arlaud interpretará a uno de los personajes del prólogo, el mayordomo. «Ante la falta de un actor, interpreté este papel en algunos ensayos con orquesta en una producción anterior, y al final el director me pidió que lo hiciera; aquí ha pasado un poco lo mismo». Una preocupación más durante el estreno. «Es difícil concentrarse en interpretar un papel mientras vigilo que todo funciona como debe hacerlo», reconoce, «pero todo saldrá muy bien».