Director titular de la orquesta «Oviedo Filarmonía»

Pablo GALLEGO

Cuando Friedrich Haider tenía 8 años, cantaba en la ópera de Viena. Y participó en el coro de niños de «Tosca». «Nos habían dicho que, con la entrada en escena de "Scarpia" todos debíamos correr hacia una esquina del escenario. Pero yo me quedé allí, y al verlo venir hacia mí sentí la emoción de la ópera», asegura. Ahora, el maestro austriaco está al frente de todo el entramado musical de esta obra de Puccini, segundo título de la temporada de la Ópera de Oviedo. Un trabajo que combina con el recital que ofrece esta tarde en el Auditorio junto a la soprano Edita Gruberová, también patrocinado por LA NUEVA ESPAÑA.

-Dicen que es su ópera favorita.

-Ahora mismo sí. La obra en la que uno trabaja en cada momento se convierte en su favorita, así que se va cambiando.

-Mucha gente la adora.

-En «Tosca» hay muchos aspectos que analizar a la hora de saber cuáles son los pasos que convierten a una obra cualquiera en una de arte. Nadie discute que la «Pasión según San Mateo» de Bach es una obra de arte. Pero hay otros títulos en los que el gusto de la gente se divide. Unos dirán que la música de «Tosca» es increíblemente buena, y otros que tiene una argumento absurdo con una música demasiado sentimental.

-¿Qué destacaría de la música?

-Cuando uno dirige una obra como esta debe hacerlo con pasión. Es una música muy cercana, que incide directamente sobre nuestros sentimientos y nos hace partícipes del drama. Verdi también es muy directo, pero de una forma distinta, sin sentimentalismos; el espectador ve la obra de arte desde fuera, lo mismo que en Bach.

-En «Tosca», buena parte del público acude sólo a escuchar tres de sus arias.

-Sí, y es una pena.

-¿Es necesario poner en valor el resto de la música de la obra?

-Por supuesto. Para ser honesto, claro que disfruto las arias, sobre todo cuando las cantan bien. Pero podría vivir sin ellas, y esta ópera sería igualmente maravillosa si no estuviesen ahí. Por eso no me gustan especialmente los recitales de árias de ópera, ofrecen una visión demasiado limitada de la obra.

-¿Ha echado de menos una mayor presencia suya en la temporada de ópera?

-Vine a Oviedo para trabajar música sinfónica, y ese sigue siendo mi objetivo aquí. Pero estoy muy contento con el trabajo de «Oviedo Filarmonía» en la ópera. Son músicos muy flexibles, capaces de dar lo máximo tanto en obras sinfónicas como en ópera o zarzuela. Y saben acompañar.

-Los cantantes aseguran que usted tiene un don especial para dirigir voces.

-(Ríe) Bueno, hay muy pocos cantantes a los que no les gusta trabajar conmigo en ópera. Y sí, es cierto que, a la hora de dirigirles, ser flexible es importante. Pero también quiero dejar claro que no soy un director que se dedique simplemente a seguir a los cantantes mientras ellos hacen un poco lo que quieren.

-¿En qué sentido?

-Algunos piensan que el director de la orquesta está ahí sólo para acompañarles, y no es así. Sólo lo hago si veo que, o el cantante no puede hacerlo de ninguna otra manera, o cuando lo que el cantante hace tiene sentido y es convincente, aunque sea distinto a lo que yo haría.

-¿Y dónde está la clave?

-He acompañado al piano a muchísimos cantantes. Mis primeros pasos en el teatro fueron como maestro repetidor, un paso que ahora muchos directores de ópera se saltan. Comienzan una carrera en ópera directamente desde la música sinfónica, y desconocen las bases del canto. Muchos directores que quieren empezar a dirigir ópera me escriben y me piden que les ayude, y siempre les digo lo mismo, que empiecen al piano.

«Mis primeros pasos en el teatro fueron como maestro repetidor, una etapa que ahora muchos directores de ópera se saltan; a los jóvenes que me piden consejo siempre les digo lo mismo, que empiecen al piano»