Llegó «Tulsa» al teatro de Cajastur, tocaron y se largaron. Bueno, también vendieron discos a la salida y por la noche pusieron sus vinilos en los platos de un local del casco viejo, pero en lo esencial, la banda vino, vio y tocó. Miren Iza, esa chica que escribe como un ángel caído y canta como otro elevado, regaló eso: voz e inspiración transcendental a la hora de atacar las canciones. El nulo diálogo con el público, la falta de expresividad extraescénica, la suplió un repertorio ejecutado de forma brillante y basado fundamentalmente en su último trabajo, «Espera la pálida». Las excepciones fueron «Carretera», «Seguramente lo merezco», «Contigo tocaré el cielo» y la bonita coda de «Sólo me has rozado», que puso el punto y final.

Miren y los chicos se resistieron al hit, se pusieron las botas del trabajo duro y hasta el coreable «Algo ha cambiado para siempre», a pesar de la pandereta en manos de la cantante, quedó teñido de una nostalgia rara. Bien. En canciones como «Araña» o «Flores», la base rítmica de Gabriel Marijuán y Alberto Rodrigo tejió esas estructuras sincopadas, precisas e inquietas tan acordes con la lírica de «Tulsa», y el trenzado de guitarras de Miguel Guzmán (Fender) y Alfredo Niharra (Gibson) levantó benditos muros de rabia y fuerza. En medio, Miren fue valiente. Hasta para cantar a Nick Cave y encoger los corazones. La máquina de hielo funciona.