Actriz, presenta el jueves en el teatro Filarmónica el monólogo dramático «La violación de Lucrecia»

Chus NEIRA

Tras más de cincuenta años, «muchos más», ríe, sobre los escenarios, Nuria Espert (Barcelona, 1935) toca en esta temporada teatral uno de los cielos más despejados de su carrera con «La violación de Lucrecia», monólogo a varias voces que vierte al arte dramático un arrebatador poema de Shakespeare y con el que llegará a Oviedo la próxima semana, jueves y viernes, al teatro Filarmónica.

-Usted misma puso en marcha este montaje. ¿Fue un impacto ante la traducción de José Luis Rivas Vélez?

-La primera vez que leí ese texto no fue en esa bella traducción, sino en la de Astrana Marín. Me pareció un poema hermosísimo y algo se quedó dentro de mí, porque muchos años más tarde pensé que podía convertirse en un recital poético, pero no lo hice. Ahora, de nuevo, al terminar «La casa de Bernarda Alba», apareció este recuerdo y descubrí que podía convertirse en obra teatral, en una verdadera obra de Shakespeare. Le pedí a Miguel del Arco que la dirigiera, es un joven con mucha fuerza.

-¿Cuál es la carga profunda de este Shakespeare?

-El lenguaje. Tiene una potencia extraordinaria. Es directo y trepidante, y eso me pareció un hallazgo teatral extraordinario. La traducción de José Luis Rivas lo traslada a una teatralidad fabulosa en verso blanco y consigue que de una manera aparentemente sencilla el público se meta absolutamente con la cabeza y el corazón en esta historia. Los personajes entran con tal fuerza que son actuaciones separadas. No son narradas, son vividas. Hay monólogos estremecedores.

-¿Una violencia hermosa?

-Es que Shakespeare es único conjugando belleza y crueldad. Cada palabra, cada concepto, cada ejemplo te llegan directos al corazón y te erizan el vello de la espalda. Y el texto, al ser representado, adquiere una fuerza que yo no supe descubrir al leerlo por primera vez. Tiene la misma fuerza que puede tener «Otello», «Macbeth» o «Hamlet».

-Y ofrece también, supongo, una visión «de género», de mujer.

-Como el título indica, es obvio. Pero después de saber de tantas violaciones, de leer cosas atroces en los periódicos y de verlo mil veces en televisión, el teatro, este texto de Shakespeare, consigue que los sentimientos que llevan a eso, el dolor que provocan, los oigas como si fuera la primera y única vez que te enfrentas con ese crimen.

-¿Vive uno de sus momentos artísticos más dulces?

-Es una situación bastante rara, bastante única, que todo el mundo esté dispuesto a aceptar lo que yo pido y que la gente abarrote los teatros.

-¿Rara o merecida?

-Pero hay también un factor de suerte muy importante. Que tengas la memoria en su sitio, perfecta, y una salud de hierro. Porque esta obra es un maratón de energía para alcanzar esos picos de grandeza, de desbordamiento, de tragedia, como puede tenerlos una «Medea». Tener esa energía, fuerza y memoria es cuestión de suerte, eso te lo regalan.

-¿Se le ha puesto cuesta arriba la profesión muchas veces?

-Muchas, pero jamás pensé en dedicarme a otra cosa ni en abandonar. Lo que ocurre, por fortuna, es que el público es generoso y sólo recuerda los momentos llenos de luz, que han sido muchísimos. Pero los ha habido negros como el carbón.

-Crisis, ¿qué crisis?

-Las he vivido, como todo el mundo, como todo el teatro. Pero, curiosamente, en esta crisis atroz que produce desesperación en tantísimas familias, el teatro vive un momento glorioso, óptimo. No sé por qué ocurre, pero los espectáculos están llenos. Es como si el público tuviera un hartazgo de tecnologías. Salen a la calle y necesitan un poco de comunicación con los otros, y no hay comunicación más directa que el teatro. Ni una conversación en un bar entre dos amigos es tan directa como la del escenario con el espectador.

-Eso no ha cambiado.

-El teatro sigue siendo como en su creación. Lo que buscaba aquella primera representación es lo que yo seguiré buscando esta misma tarde.

-Y tampoco nos hemos librado de nuestras pasiones.

-El dolor, el sufrimiento, el amor, la envidia, los celos? Antes de que se llamaran de alguna forma estaban ya en el principio de la especie. Y aunque tratamos de luchar contra ellas, la vergüenza de las muertes de nuestras mujeres demuestran que lo hacemos con poco éxito.