Cuando, a primera hora de la mañana del domingo, recibí una llamada telefónica de Luis José de Ávila, noté al instante que su voz no era la voz jovial, alegre y «picarona» habitual en él. Era entrecortada y triste. Había motivo para ello. «Juan Luis», me dijo, «Vélez ha muerto». Hubo un instante de silencio profundo, como queriendo decir: «No me lo creo, no puede ser». Pero, en efecto, era una realidad pura, cruda y dura.

Vinieron a mi mente entonces recuerdos, unos vagos y otros recientes, de cómo había conocido a Vélez y de cómo, con el paso de los años, me había convertido en uno de sus amigos de verdad. En él confiaba -y él en mí-, siempre que le pedí consejo me asesoró sabiamente y tuve en todo momento su apoyo incondicional para llevar a cabo todo tipo de iniciativas socioculturales a favor de Asturias desde Cudillero, que no voy a desgranar ahora porque entiendo que no es el momento.

Hoy es un día triste para mí. Muy triste. Porque se me ha ido un amigo. Y Asturias, el mundo de la comunicación en particular, ha de estar de luto riguroso. Ya no habrá otro José Vélez, que os conocía a todos, amigos periodistas, radiofonistas, fotógrafos... como si os pariera. Pero, a lo que iba, estoy muy triste. Oviedo ya no será para mí lo que era en vida de Vélez: dejar el coche en el aparcamiento de Foncalada, ir a «La Hora de Asturias», su periódico, charlar de lo divino y lo humano, aprender de él, salir a deleitarnos con el pincho de tortilla de patatas en el Tizón y con un «hasta luego» despedirnos, él, a su trabajo, y yo, a charlar con Evaristo Arce, otro maestro, a quien Dios guarde muchos años.

¡Vélez...! Tendría tanto, y positivo, que decir de él, tanto personal como profesionalmente, que no habría espacio. Por eso lo resumo diciendo que era un buen hombre mírese por donde se mire. De los que llamaban «al pan pan y al vino vino», lo que es de agradecer.

El vacío que me deja es grande. ¿Qué será de mí cuando me acerque a Oviedo...? Ya nada será igual. Me va a costar trabajo hasta dejar el coche en el parking, que está al lado de donde él trabajaba. Ya sé que los años pasan y pesan, pero no lo he asimilado todavía. Y tardaré. Y es que, en cualquier evento, fuera donde fuera, siempre estábamos juntos: Vélez, Aurora, Ávila, Pili, mi esposa Toñi y yo. Cenas en el Centro Asturiano de Oviedo, excursiones de Amigos de Cudillero a Galicia, Torremolinos, León, Madrid... En abril íbamos a ir a Salamanca... Pero se nos ha ido.

Vélez, para mí, será siempre un referente. Cuando escribo esto, llueve en Oviedo, es decir, Oviedo llora, porque un hijo ilustre de la ciudad se ha ido en silencio, tratando de no molestar. Pero yo estoy seguro de que, si hace unos años una revista lo distinguió con el preciado galardón de «Ovetense del año», el Ayuntamiento, que preside el entusiasta Agustín Iglesias Caunedo, bien puede, como menos, dedicarle una calle.

Querido amigo, no voy a terminar diciendo «allá donde estés», que suena a hueco, porque tú eras católico. Así que lo hago pidiéndote que desde el cielo no te olvides de nosotros, de Asturias, a quien tanto amabas y por la que últimamente sentías profunda preocupación. Hoy más que nunca, festividad de tu santo y de tu 81.º cumpleaños, intercede ante nosotros. Llegó tu hora: «La Hora de Vélez».