Elena FERNÁNDEZ-PELLO

En la iglesia parroquial del Corazón de María, en la plaza de América, donde ayer por la tarde se celebró el funeral por el fotoperiodista José Vélez, concurrieron gentes de ámbitos muy dispares. Su viuda, Aurora, y sus tres hijas, María, Eva y Elena, contaron con el apoyo de sus familiares, por supuesto, y de cientos de personas que lo conocieron y frecuentaron a lo largo de su extensa vida profesional, de la que nunca se retiró. La asistencia daba fe del respeto que se ganó entre la profesión, con compañeros de distintos medios de comunicación y de todas las edades. Había políticos, empresarios, caras conocidas y gentes anónimas, y, al final, sobre su vertiente profesional prevaleció la humana. Su hija Eva, que la semana pasada dio a luz al tercer nieto del fotógrafo, le escribió un mensaje, en el que se despedía de su «padre especial y prodigioso» y rememoraba algunos momentos compartidos con él.

Esa carta, dirigida a José Vélez en nombre de sus tres hijas y leída por el periodista Luis José de Ávila, contenía la promesa de que su nieto José -al que no tuvo tiempo a conocer y cuya imagen sólo pudo ver en unas fotos tomadas con el teléfono móvil- se despertará cada 6 de enero al grito de «¡que vienen los Reeeeeeeeeeeeyes!», con el que él ponía en pie a toda la familia ese día desde hacía años. Eva, que recibió el alta de su convalecencia tras el parto para asistir al funeral por su padre, adquirió otro compromiso: mostrar a su hijo todos los rincones de Asturias, por los que discurrieron tantas andanzas de Vélez, y, en cuanto tenga edad para hacerlo, iniciarlo en las especialidades gastronómicas regionales, de las que él tanto disfrutaba. Sin ir más lejos, la nota mencionaba una comida a base de patatas fritas, huevos y chorizo compartida en familia hace una semana.

Sus tres hijas, en su mensaje, aludían a la facilidad con la que su padre se emocionaba, se referían a sus coscorrones y las sonrisas y las miradas cómplices con las que se entendían entre ellos y lo tranquilizaban asegurándole que cuidarían de su madre, Aurora.

La lectura de esas líneas, escritas a mano apenas unas horas antes, resultó ser el momento más emocionante y sobrecogedor de la ceremonia, que se alargó durante casi cuarenta y cinco minutos y en la que el sacerdote que la presidió confortó a la familia haciéndoles ver que José Vélez está, desde ahora, «en las manos del Padre». Llegó a ese punto después de hacer notar la celebración del «día del padre» y la onomástica de San José. Además, añadió, él es el santo de la buena muerte. Y por si fuera poco, ayer José Vélez hubiera celebrado su 81.º cumpleaños.

Al fondo de la iglesia, hacia uno de los laterales, siguió la misa el alcalde de Oviedo, Agustín Iglesias Caunedo. Muy lejos, junto a la puerta y tras la última fila, de pie, se situó el presidente del Principado, Francisco Álvarez-Cascos, y su consejero de la Presidencia, Florentino Piñón. El director emérito de la Fundación Príncipe de Asturias, Graciano García, y su directora, Teresa Sanjurjo. Los concejales Jaime Reinares e Inmaculada González, el ex rector Teodoro López-Cuesta y, del mundo empresarial, Jacobo y Pepe Cosmen, Alberto Lago, Pablo Junceda, Secundino Roces, Miguel Orejas, Francisco Rodríguez y Serafín Abilio Martínez, entre otros muchos.

Al acabar el funeral los restos mortales de Vélez fueron incinerados y sus cenizas reposarán en el cementerio de San Salvador.