Javier NEIRA

Oviedo lleva más de cien años, bastantes más, enamorada de la ópera italiana, así que el concierto participativo de ayer, en el Auditorio, con música de Rossini, Donizetti, Verdi, Puccini, Leoncavallo y Mascagni, se saldó con la alegría propia de la mejor fiesta, gracias, también, al buen hacer de la orquesta «Oviedo Filarmonía» y los seis coros que, unos en el escenario y los demás en las cabeceras del patio de butacas y del anfiteatro -de ahí la calificación de participativo- se incrustaron entre el público y ofrecieron a todos la ilusión de cantar música italiana de leyenda.

Todo bajo la batuta del maestro Marzio Conti -italiano, claro-, que puso muchísimo de su parte para que el resultado fuese apoteósico. Las voces fueron para el Coro de la Ópera de Oviedo, la Capilla Polifónica «Ciudad de Oviedo», la Coral Polifónica de Asturias «Cruz de la Victoria», la Coral Polifónica Gijonesa «Anselmo Solar», el Coro Universitario de Oviedo y el Joven Coro de la Fundación Príncipe de Asturias. La organización y el patrocinio fue para la Caixa.

Conti dedicó el concierto a su maestro, fallecido hace sólo tres días, con 88 años de edad. La luz de la sala se mantuvo a lo largo de toda la sesión. En el escenario, la orquesta «Oviedo Filarmonía» y detrás, en la disposición clásica, el Coro de la Ópera de Oviedo, el único profesional de la velada. Entre el público, las cinco formaciones restantes, agrupadas por voces. En el patio de butacas y desde la perspectiva del público, a la izquierda, los tenores, y a la derecha, barítonos y bajos. En el anfiteatro, a la izquierda, sopranos, y a la derecha, contraltos. Todos de calle y con una entrada común para acceder al Auditorio, para, así, reforzar la sensación de que eran unos espectadores más. Sólo las partituras que todos llevaban los distinguían.

La obertura de «La scala di seta», de Rossini, con su ritmo inconfundible, sirvió para calentar motores, de manera que en el «Coro de aldeanos» de «Guillermo Tell» los cantantes, de tan entusiasmados, apantallaban el «piccicato» de la orquesta mientras Conti pedía «piano». La obertura de «La hija del regimiento», de Donizetti, a la marcha y con un poderoso metal, dio paso al coro de refugiados escoceses de «Macbeth» y claro, Verdi, que marcó una subida de emociones que fue a más con la bellísima obertura de «I vespri siciliani», también del genial parmesano, y ya sin tregua, cuando iban 40 minutos exactos de concierto, el coro de gitanos de «El trovador», con el sonido inconfundible de la fragua para disparar los aplausos. La obertura de «Nabucco» y después el coro de esclavos, el archifamoso «Va pensiero», sacaron del público encendidos bravos.

Sin corte aparente pero casi como si se superase un abismo, Conti y su orquesta atacaron el intermedio de «Manon Lescaut». A pesar de los magníficos precedentes, Puccini, según «Oviedo Filarmonía», brilló como una estrella muy especial. Y adosado, el coro a boca cerrada de «Madama Butterfly», un prodigio de delicadeza que llevó al maestro a felicitar a los coros.

El efectismo corrió a cargo del coro de las campanas de «Payasos», de Leoncavallo, muy aplaudido, y después el intermedio de «Cavalleria rusticana», de Mascagni, que la película «El Padrino III» popularizó para siempre y que el público carbayón premió con una cerrada salva de aplausos.

Para el final, la marcha triunfal de «Aida», con el Verdi más sonoro, cuatro trompetas tocando de pie, sin timideces, y los coros, a pleno pulmón, para agrado del público, que no cedió al calor sofocante que reinaba en la sala.

Tres minutos de ovación. Conti indicó a sus huestes que la propina iba a ser el «Va pensiero» y después, durante otros cinco minutos, mientras los directores de los seis coros participantes salían a saludar, más y más aplausos de todos a todos, porque todos eran público y todos se creyeron en algún momento cantantes.