«Naturalmente aborrezco todo engaño, de modo que en mí el ser sincero más es temperamento que virtud». Creo que esta confesión autobiográfica del gran Feijoo bien puede servir para encuadrar esta apostilla dirigida a aclarar el «engaño» que padece mi buen amigo David Ruiz al hablar -no de intento, es verdad- del Instituto Feijoo del Siglo XVIII en su artículo «Anomalías políticas en la capital», aparecido el pasado día 4, jueves, en estas mismas páginas.

Entre las muchas cosas que al parecer le chocan de este Oviedo que habitamos, una es que la «principal investigación» del Instituto Universitario Feijoo «ha venido siendo sobre Jovellanos». No negaré, sólo faltaba, todo lo que el Instituto viene haciendo desde hace muchos años para recuperar, divulgar y promover el conocimiento de la vida y escritos de Jovellanos. Ahí están, para confirmarlo, la edición crítica de sus obras, ya casi a punto de concluirse; las publicaciones que, aparte de sus contribuciones a esa edición crítica, han hecho sus investigadores; el congreso y la magna exposición con los que contribuyó a la celebración de su bicentenario el pasado año, los cursos y conferencias dedicados a su figura... Sí, en efecto, Jovellanos ha acaparado muchas de las energías de los miembros del Instituto y lo seguirá haciendo en adelante. No por gijonés, desde luego, y ni aun siquiera por asturiano, aunque el hecho de serlo haya tenido en ello una parte principalísima. Lo ha hecho porque, como sabe muy bien David Ruiz, Jovellanos es la figura más brillante y representativa de la Ilustración española. ¿Cómo no iba a ser frente prioritario de un Instituto que tiene como principal objetivo el estudio del siglo XVIII?

Pero es que el Instituto y los miembros de su equipo investigador, pertenecientes a áreas tan distintas como la historia de la ciencia, la economía, el arte, la literatura, la geografía, el derecho o la historia social, han hecho mucho más. Ahí están también, para demostrarlo, sus publicaciones -la larga lista de sus publicaciones-, entre las que muchas nada tienen que ver con Jovellanos y ni siquiera con Asturias.

Y si, por lo que deja entrever, le choca particularmente que la figura de quien da nombre a nuestra institución haya quedado preterida de nuestros afanes, le diré que no hay tal. Aparte de la semana Feijoo, que en el año 2000 le dedicamos, en colaboración con la Fundación Marañón, y cuyas actas se editaron poco después (por no remontarme a los otros dos importantes congresos celebrados años atrás), y aparte de los trabajos que sobre su figura y su obra hemos publicado algunos, el Instituto lleva años preparando la edición de sus obras, que, tal como está concebido el proyecto, va a representar un importante volumen de tomos, incluyendo su epistolario personal y sus poesías. ¿Alguien puede creer que esto vaya a hacerse sin llevar detrás una larga y paciente labor de investigación y de fijación textual, y más cuando los recursos económicos con los que contamos -excepción hecha de la financiación obtenida por dos proyectos de investigación- son prácticamente inexistentes? Jovellanos, efectivamente, está, y estará, indisociablemente unido a la trayectoria del Instituto. Por lo que antes apuntaba, y porque ya en vida del profesor Caso González adquirió el compromiso con el Ayuntamiento de Gijón de publicar la edición crítica de sus obras. Para cumplir con ese compromiso, justamente, retrasó, que no aparcó, la de las obras de Feijoo.

Pero ahora que la edición jovellanista está prácticamente culminada, le toca a Feijoo pasar a ocupar ese primer lugar que ya el profesor Caso había querido darle -por su decisivo papel en la Ilustración española- y que de alguna manera frenó la generosidad y espíritu de justicia histórica del Ayuntamiento de Gijón al encomendarnos la edición de Jovellanos.

Prueba de ello es que está ya listo para la imprenta el primer tomo de las «Cartas eruditas y curiosas», con el que, Deo (y crisis) volente, se iniciará la edición. Y si a ello se añade, y creo que debe añadirse, la prometedora realidad de tres jóvenes y brillantes investigadores haciendo su tesis doctoral sobre Feijoo, la susodicha anomalía pierde fuerza y es reocupada de nuevo por la realidad.