Chus NEIRA

No hubo lugar para declaraciones como en los tiempos en que ocupaba la vicepresidencia del Gobierno de España, pero María Teresa Fernández de la Vega, consejera permanente del Consejo de Estado, empeñó ayer toda la fuerza adquirida en los años más políticos para transmitir al público, congregado en el Auditorio de Oviedo, en la segunda jornada del Congreso de Abogacía del Principado de Asturias, que urge acabar con el actual «modelo patriarcal», «obsoleto» e «insostenible», que todavía deja exclusivamente en manos de la mujer las labores domésticas.

Hasta ahí llegó De la Vega en una ponencia muy militante y corajuda, en la que repasó la historia de la conquista de la igualdad de las mujeres a lo largo del siglo XX y trazó las claves de futuro para la revolución pendiente del feminismo. Antes, Elena Ocejo, vicepresidenta de la Asociación de Abogadas por la Igualdad, puso a De la Vega de ejemplo en el camino para romper el techo cristal de las mujeres, habiendo sido, explicó, «una de las mujeres que más poder ha tenido en España». Ocejo citó el día histórico en que De la Vega se convirtió en la primera mujer en presidir un Consejo de Ministros y deseó que llegue uno en que el Colegio de Abogados de Gijón y de Oviedo tengan su primera decana para poder hacer un brindis similar al que en aquel día se hizo en la Moncloa.

Ya metida en la conferencia central de la jornada de ayer, De la Vega tomó como punto de partida de su análisis la célebre «Una habitación propia», de Virginia Woolf, donde la novelista analizaba lo que una mujer necesitaba para llegar a ser escritora y concluía que la clave eran 500 libras (independencia económica) y un cuarto suyo, de nadie más, provisto de un pestillo para cerrarlo bien (un espacio de privacidad). El análisis de Woolf, válido para una traslación universal en el camino para alcanzar la igualdad y la libertad de las mujeres, llevó a De la Vega a recordar cómo con la II Guerra Mundial la mujer se incorpora a todos los trabajos y cómo la Declaración Universal ampara los Derechos que la Revolución Francesa y el Contrato Social había negado a las mujeres.

En el caso de España, dijo, esa incorporación definitiva de la mujer, que le da las 500 libras de Woolf, se produjo en la segunda mitad de los años ochenta con la incorporación de más de cinco millones de trabajadoras de entre 25 y 40 años, para desarrollar su labor profesional fuera de casa. Ese hecho, aseguró De la Vega, «constituyó el factor más importante de avance, progreso y desarrollo de la España democrática. Cambió el país».

El problema, siguió, es que tanto aquí como en otros países, «la transformación en el ámbito laboral no vino acompañada de otra paralela en la organización social». Así, concluyó, «por nuestra conquista del espacio público pagamos un precio muy alto, la renuncia al tiempo de la privacidad, del tiempo propio, en aras de los trabajos domésticos, de la crianza, que han seguido siendo nuestra responsabilidad».

Ese ámbito, al que luego se referiría como el de «los cuidados», es «el trabajo no remunerado que mueve el mundo». Fernández de la Vega citó varias líneas de investigación que desde los años sesenta y hasta la actualidad cifran en más del 50% del PIB mundial lo que representa este trabajo doméstico realizado en más de un 80% sólo por mujeres. «A pesar de nuestra capacidad transformadora», lamentó, «no hemos sido capaces de superar ese modelo patriarcal y hemos quedado atrapadas en un contrato que nunca nos dieron a firmar y que seguimos cumpliendo». El problema, detalló De la Vega, es que, tras la incorporación de la mujer al mundo laboral, «no se produce el traspaso de la cuota de corresponsabilidad» al hombre. La ex vicepresidenta no se rinde ante esta situación. Reclamó que las hijas de la última generación de mujeres «no pueden ni quieren convertirse en las nuevas heroínas de lo cotidiano, condenadas a una eterna gymkhana, fuente permanente de renuncias y de mala conciencia» por no atender las que se suponen que son sus responsabilidades.

El modelo, concluyó, es «insostenible», y sólo superándolo mejorará «la familia, la sociedad y el mundo». La clave, además de no retroceder en las políticas de conciliación desarrolladas en los últimos años y que peligran con la crisis, y también con la certeza, añadió, de que tampoco hay que renunciar a seguir desarrollando labores de cuidado, «porque cuidar es bueno», consiste en ser conscientes de que las llamadas tareas privadas son de todos. Hay, pues, finalizó, que extender los derechos de ciudadanía incluyendo los derechos del cuidado y en «este cambio de época» firmar un nuevo contrato basado en la confianza, «el elixir de nuestro tiempo», y asentado en los pilares de la igualdad real. «Vamos a ser la avanzadilla, la vanguardia, de un ejército imparable y benéfico para cambiar el mundo».