M. S. MARQUÉS

Los tres han cumplido setenta años, tienen el pelo blanco, gafas y barba o perilla, lo que les da un cierto parecido. Luis Mateo Díez, Juan Pedro Aparicio y José María Merino son leoneses y grandes escritores, los artífices del filandón «posmoderno», como le gusta decir a Merino, que convirtió ayer el paraninfo de la Universidad de Oviedo en una cocina a la antigua usanza donde los cuentos fueron los protagonistas.

Con una puesta en escena bien coordinada, no en vano llevan recorrido medio mundo con sus relatos, los tres fueron hilando cuentos y comentarios de temática variada como si de un encuentro vecinal se tratara. La vida, la muerte, el amor, el mal, la Universidad fueron parte del muestrario de temas que dieron forma a sus lecturas, sin que ninguno de los tres dejara de recordar al inicio de sus intervenciones a Emilio Alarcos. «Sabio, maestro, poeta» fueron sólo algunos de los elogios que le dedicaron como homenaje en la conmemoración del decimoquinto aniversario de su muerte.

Juan Pedro Aparicio relató cómo nació la vinculación de los tres a este filandón literario. «Fue de manera casual y la idea surgió durante la celebración de un festival literario en Gales. Poco tiempo después estábamos en Segovia y todavía no hemos parado», dijo. Después definió el filandón que se celebraba en los pueblos del noroeste español como «una cosa muy de confianza, de cocina», que solía realizarse «cuando la nieve cerraba los caminos y la gente se reunía en las cocinas a contar historias y a hilar».

Sobre la temática, Luis Mateo Díez apostó por el amor como una presencia reincidente en sus cuentos. «Suele ser un tema de nuestros filandones porque somos mayores, pero enamorados». La frase dio pie a más de una broma para terminar aludiendo a Aparicio como experto «con un monográfico sobre el asunto amoroso», lo que según Díez le da prioridad sobre Merino y él que siempre «hemos tenido propensión al monacato».

Aparicio nació en León -«ciudad que de niño me parecía la capital del mundo»- y nunca conoció un filandón, al contrario de Merino, que participaba en los que organizaba su abuelo donde se reunía la familia y se contaban historias para mayores. «Los niños no entendíamos los cuentos porque nuestra cabeza tenía más que ver con la fantasía que con la vida». Como ejemplo leyó un minicuento de tono picante escrito únicamente para buenos entendedores.

Díez concluyó evocando sus días de estudiante de Derecho en Oviedo y su afición al cine.