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Los restos del viejo hospital

La incógnita sobre el destino de la "miniciudad" sanitaria del Cristo

Instalaciones del viejo HUCA.

En los años 80 circulaban cómics ambientados en un futuro decadente y tecnológico, una distopía amenazante pero llena de atractivos para la acción de los protagonistas. Me viene a la cabeza, por ejemplo, Rank Xerox, un semi robot con nombre de impresora que daba muchísimo juego en medio de una ciudad (creo que era Roma) llena de intrincadas ruinas de hormigón. Ese futuro decadente y tecnológico podría estar a la vuelta de la esquina nada menos que en la ordenadísima y benemérita Oviedo, que en unos meses verá cómo queda despoblada su "miniciudad" sanitaria, con sus túneles, sus "hongos", sus sótanos, sus ascensores para el público y para el personal sanitario, que ya no andará por allí, habrá emigrado dejando el fantasmal eco de sus zuecos blancos.

Todos o casi todos los asturianos hemos pasado alguna vez por esos pasillos, como enfermos, como visitantes, como recién nacidos, como desconsolados deudos. Ahora el que nos va a dejar es el propio hospital, y lo que nos va a dejar es un borrón en un mapa, un montón de escombros o -si no hay perres para los derribos, y me temo que no, que no hay perres- un laberinto de edificios, cerrado con vallas, una monstruosidad solitaria que se irá despedazando sola, como un escenario de Blade Runner.

La hipótesis de trabajo del Principado para ese trozo de ciudad que le va a quedar vacío en breve es la piqueta, aunque el Gobierno regional asegura que se trata aún sólo de "un borrador", no es el plan definitivo. Nadie ha dicho, desde que hace más de una década comenzó a gestarse el traslado del HUCA a La Cadellada, qué va a pasar con el Cristo. Es algo asombroso, pero tenemos el paladar tan estragado de cosas asombrosas -jueces perseguidos por juzgar, fiscales que actúan de abogados defensores de los poderosos, ministerios de Hacienda que se empecinan en no encontrar fraudes fiscales cuando los tienen delante de las narices- que ya nada nos deja con la boca abierta. Nuestras autoridades -me temo que es así como se perciben a sí mismos, no como nuestros representantes- no se han dignado en una década a desvelar qué van a hacer en los 127.000 metros cuadrados del Cristo, y ahora mismo tampoco están por la labor de informar a la gente. Ha habido propuestas, han corrido ríos de tinta, pero hasta ahora los sucesivos Gobiernos del Principado, casi siempre en estos años en manos del PSOE, no han soltado prenda, y el Ayuntamiento, que debe dar urbanísticamente el visto bueno a la propuesta, tampoco. Y, vulgarmente hablando, parece que les ha pillado el toro. Lo peor es que el toro no se los lleva a ellos por delante, sino a los hosteleros y comerciantes que están pensando ya en echar el cierre. "Hablaban de una Ciudad de la Justicia, pero no tenemos tiempo para esperar, hagan lo que hagan será tarde y hay muchas facturas que pagar", se lamenta en este periódico la propietaria de una cafetería que tiene los días contados.

Aunque nada se sabe de los planes regionales y municipales para el Cristo (se están diseñando en una comisión técnica montada al efecto, que también piensa en qué hacer con La Vega) me temo que van a pasar años antes de que lo veamos.

En la época en la que se diseñó, cuando regía los destinos regionales Vicente Álvarez Areces, la operación parecía inmejorable. Eran los tiempos en los que el suelo valía oro, cuando el dinero corría y los ayuntamientos tenían la varita para transformar trozos de ciudad en billetes de banco. El plan era hacer el nuevo hospital y financiarse con los terrenos que liberaría en una de las zonas nobles de la ciudad. La cosa había funcionado, por ejemplo, con la operación Cinturón Verde, pero aquí nos ha cogido la crisis del milenio, y la varita ha dejado de funcionar. Pisos y algún equipamiento, que a saber cuándo se hará realidad, será casi seguro la solución que plantee la comisión técnica. O pueden, ya en plan tomadura de pelo, plantear un Concurso de Ideas para seguir dándole vueltas al bolo hasta que no quede público.

A mi alrededor han surgido ya ideas, si es que alguien las quiere: dejar los fantasmagóricos edificios para hacer "performances" o como plató de pelis de miedo; jugar por las callejuelas al "paint-ball", o incluso tirar por allí pelotas de golf. No sé, pero algo, por Dios.

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