La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El termómetro

El Carmín y la vieyera

Sobre mi percepción de la romería de Asturias

El Carmín y la vieyera

El otro día estaba viendo fotos del último Carmín y pensé en lo choni que se había vuelto la fiesta. Comoquiera que yo tengo instalados en el cerebro unos sensores "antivieyera" -que se disparan cuando me asalta algún pensamiento del tipo "la juventud de hoy" o "en la mi época"- me obligué a mi mismo a analizar con algo más de distancia qué es lo que está ocurriendo con la fiesta, y llegué a una conclusión: El Carmín, si no lo ha hecho ya, está a punto de morir de éxito.

Hay tantísima gente que no se le puede pedir mucho. Con que no haya incidentes ya nos podemos conformar. Y, además, esto significa no sólo que hay poco margen de maniobra sino también que donde hay mucha gente tiene que haber de todo, y los canis suelen llamara más la atención. Lo que menos se ve es lo discreto. Lo otro salta a la vista a la mínima.

Pero quizá no sea esa la razón de todo. Recuerdo el chiste de un hombre al que se le pega un trozo de mierda al bigote y va de un lado para otro buscando el origen de aquel hedor. Busca incesantemente aquí y allá hasta que, en un momento dado, se asoma a una ventana que mira al horizonte y, después de una gran inhalación, concluye: "Pues va a ser el mundo".

Este chiste nos dice que quizá la razón de que las cosas hayan cambiado -y que ese cambio sea para peor- esté en la propia mirada. Yo tengo la impresión de que el mundo se ha vuelto más cani, pero quizá solo sea eso, una impresión.

La neurociencia asegura que al mirar seleccionamos y procesamos solo un mínimo porcentaje de lo que aparece en nuestro campo visual, con lo que lo que vemos es, en cierto modo, una elección marcada por nuestra educación y nuestros prejuicios.

Sólo así se explica que uno sólo vea chándales de toalla, sobacos agrestes y amantes del perreo en un mundo lleno, seguramente, de gente diversa y estupenda.

Compartir el artículo

stats