Miguel Bosé salió a escena con ese aspecto con toque místico que representa a la perfección el concepto de la gira que le trajo a Oviedo, "Amo". Y con amor saludó a la ciudad. Apareció de blanco, solo, bajo un sonido profundo, suave, sensible por tanto, y cierto tono electrónico en imágenes y sonido. Rápido apareció el resto de la banda, todos también de blanco y ya con las imágenes alumbrado la escena.

Sonaban poco antes y poco después "Libre ya de amores", "El hijo del capitán trueno", "Nena". Rápido asomó una versión muy bien diseñada de "Sevilla". A partir de ahí, el concierto, que se aleja de lo hecho en su carrera hasta este momento, corre ligero con los coros populares.

Tira de piezas que ya tienen el éxito consolidado (y que fueron cayendo a lo largo de la noche), pero desde luego el modelo visto ayer en La Ería nada tiene que ver con la revisión que el cantante hizo en "Papito".

Lo de esta gira es una historia entre piezas del disco del mismo título y otras que han calado en la memoria de algunas generaciones pero hechas con otros modos. Entre lo uno y lo otro, el personal se fue envolviendo en ese ambiente novedoso que Bosé planteó en escena. Una escena, por cierto, hecha con muy buen gusto y que surge entre las citadas imágenes y otros acondicionamientos estéticos muy cuidados.

Bosé puso ese toque de misterio con su aparición en solitario, vestido cuasi como un maestro en plenos ejercicios espirituales, o así, que ya le valió para meterse al público en bolsillo. Pronto se va metiendo la afición en el show y mostrando satisfacción con la puesta en escena. Se refleja en el contenido del concierto, que dejó al personal convencido y al cantante integrado con su afición. Es el Bosé del 2015.