Decía el psicoanalista suizo Carl Gustav Jung que "uno no alcanza la iluminación fantaseando con la luz, sino haciendo consciente la oscuridad". Es justo para eso, para poder crear luz en cualquier espacio y contraponerla a la ausencia de ella, para lo que Thomas Edison inventó la bombilla. Un objeto que se ha convertido en absolutamente necesario para la vida de los seres humanos y una herramienta única que ha abierto un campo ilimitado de creación en todas las ramas del arte.

Sin duda, las que más se han aprovechado de estos juegos de luz infinitos son las artes escénicas; y uno de los iluminadores españoles que mejor lo sabe es Eduardo Bravo. El madrileño, con una extensa carrera nacional e internacional en el campo lírico, está desde hace una semana en Oviedo preparando la iluminación de la ópera "Nabucco", de Giuseppe Verdi, que se estrena en el Teatro Campoamor el próximo jueves 8 de octubre.

Una vez más vuelve a trabajar a las órdenes de Emilio Sagi, director de escena de este proyecto. "La primera producción que hice con él de manera oficial fue ´El gato montés´, en Sevilla, en 1992, durante la Expo", cuenta mientras abandona el patio de butacas del teatro ovetense, tras finalizar el ensayo previo a las grabaciones de memorias de luces.

Desde aquella primera colaboración, Emilio Sagi y Eduardo Bravo han compartido más de 60 producciones por todo el mundo. "He crecido con él. Mi estilo se ha ido haciendo a su lado porque hemos ido siempre de la mano", mantiene el diseñador de iluminación.

Por eso, a la hora de diseñar la iluminación de esta ópera, que después de Oviedo visitará otros cuatro teatros del país; "no hablamos mucho (risas). Ya tenemos tantas referencias comunes, que al enfrentarnos a un nuevo proyecto decimos: ´podemos hacer algo como lo que hicimos para...´ y a partir de ahí, modulamos. Yo nunca le digo que no a Emilio", apunta entre risas.

Bravo explica que las mayores complicaciones de "Nabucco" vienen por el suelo. "Está cubierto de espejos y la luz va a caer sobre él, lo que provoca reflejos que tienes que controlar. Además, la caja escénica también es reflectante, porque va toda en plata. El vestuario es en blanco, negro y nude. Por eso el contraste entre el espacio y el vestuario es lo que más dificultades nos está dando". Para conseguir dominar esos elementos, Bravo y Sagi diseñaron una luz basada en los rojos y los colores fríos; un boceto que el equipo técnico de la Ópera de Oviedo lleva desarrollando toda la semana para que nada falle en el estreno.

"El trabajo empieza en casa, pero cuando llegas al teatro todo puede cambiar. Los focos que ibas a poner en un lugar no encajan, o los movimientos que tenías planeados no se pueden poner en práctica. En el caso de ´Nabucco´, la dirección de luces es lenta porque, además del suelo de espejos, todo está muy alto y las entradas de luz son muy estrechas. Pero al final todo sale". Además esta no es una ópera de personajes, sino mucho más coral. "Eso hace que tengas que pensar en la escena completa y que solo puedas jugar con los elementos puntuales que marcan que estás en Babilonia, en Israel, en la cárcel o en las dependencias de Abigail". Eso es lo que está trabajando todo el equipo técnico, bajo su supervisión, durante las pruebas y los ensayos. "La luz es como una pincelada sobre la escena. Pintura en el aire que tiene que crear una atmósfera, unas sensaciones que la música marca. Cuando las dos cosas encajan, te sientes muy bien".

Bravo es un apasionado de todo tipo de música, pero su vida ha estado siempre ligada a la zarzuela y a la lírica. "Yo me crié dentro de esta profesión. Pasé todas las Nocheviejas hasta los 17 años en un teatro. Mi abuelo era jefe de atrezzo, mi padre iluminador, mi tío también se dedicaba al atrezzo, y otra tía era bailarina. Yo empecé en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, pero pasé muy rápido a la lírica. Aunque llevo años dentro de la ópera, no soy un friki. Me gusta escucharla, pero me dejo llevar por la orquesta siempre. Es la que me marca un oscuro, un efecto determinado o un movimiento de luz". Es ese, el movimiento, el recurso que determina su estilo. "Soy muy limpio trabajando. Que la luz, si toca, que toque bien. Y si algo es especial, que se note. Me gusta trabajar con la luz lateral porque da más volúmenes al vestuario y a los cantantes. No soy de iluminaciones oscuras, salvo cuando hay que hacerlo; y me gusta el contraste".

Guarda muchas anécdotas de todos estos años de trabajo, muchas de ellas en Oviedo. "Es mi segunda casa. Llevo viniendo aquí muchos años y he visto crecer a todos los técnicos que ahora componen el equipo de la ópera". Y los grandes protagonistas de esos recuerdos siempre son los cantantes. "Son los que más pegas ponen a las luces, pero porque bastante tienen con cantar como para pensar en nada más. Algunos protestan porque no ven o porque la luz les molesta. Les doy trucos para evitarlo, pero no hacen mucho caso. En esos casos, tienes que hacer una labor casi psicológica", cuenta entre risas. "Yo sé que la cara de un cantante cuando está en el escenario no es bonita, por eso intento difuminarla. Hacen gestos raros, escupen... es mejor que eso pase desapercibido".

A pesar de haber estado en los teatros más importantes del mundo, "incluido el Colón de Buenos Aires, que era uno de mis sueños"; todavía le quedan asignaturas pendientes. "No busco nada en concreto, voy cogiendo lo que va saliendo y no pienso mucho en ello. Pero sí me gustaría hacer alguna producción en el Metropolitan de Nueva York o en la Ópera de Sidney". ¿Y en España? "Cada título que hago es algo nuevo, aunque lo haya trabajado con anterioridad. Me gusta el trabajo artesanal, no el copia y pega; por eso cada ópera la siento de manera diferente. Así que me queda mucho por hacer aquí".

Considera que en España hay mucha calidad teatral y que las producciones que salen al exterior siempre obtienen muy buenas críticas y una excelente acogida por parte del público. Pero con la crisis todo ha bajado. "Ahora nos venden el fomento de la creatividad y la capacidad de inventiva como excusa para hacer cosas a coste cero. Una cosa es reducir gastos y otra hacer productos a toda prisa y sin ningún recurso. A ver si nos bajan el puñetero IVA cultural y vuelven a activar las subvenciones de una vez".

Bravo reconoce que se deja una parte de él en cada producción y, por eso, cuando llega el día del estreno, siente tristeza. "Es como que algo a lo que le has dado vida deja de ser tuyo". Eso le volverá a pasar el jueves en Oviedo. Pero lo que él no sabe es que Oviedo también siente una profunda tristeza cada vez que sus luces se apagan.