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Las confesiones

"Cambiar de colegio me dio la vida; salía llorando y ahora soy feliz"

Un adolescente ovetense relata el acoso escolar que sufrió durante cinco años: "Quiero hacer algo por los que sufren bullying"

El joven, de espaldas, en su domicilio. MIKI LÓPEZ

"Las imágenes que enterré en mi memoria surgieron con fuerza cuando me enteré de que un niño de 11 años (Diego) se había tirado por la ventana en Madrid porque no quería ir al colegio. Los insultos, las risas a la espalda, la mochila volando o la mesa volcada. Lloré de rabia e impotencia y luego decidí hacer algo por los que sufren 'bullying'. Quiero contar lo mal que lo pasé en Primaria y lo feliz que soy desde que me cambié de centro". Miguel (nombre ficticio por ser menor de edad, pese a que estaba dispuesto a revelar su identidad) tiene 17 años y quiere ser economista. Habla por los codos gesticulando y mirando a los ojos al interlocutor a través de los cristales de unas gafas de pasta negra que le dan cierto aire de intelectual. Es alto, delgado y luce un corte de pelo moderno, apurado en los laterales y más largo y disparado en el centro. Cada día atraviesa Oviedo de punta a punta para ir a clase. Lo hace desde 2010, justo cuando empezó la ESO (Educación Secundaria Obligatoria) después de pedir un traslado para dejar de sufrir acoso escolar.

Rogó a sus padres que le matriculasen en un barrio alejado de su domicilio de Ciudad Naranco con el objetivo de no volver a cruzarse con sus antiguos compañeros o profesores. Otra de sus condiciones es que fuera un instituto público. "Quise romper con todo lo anterior. Y eso incluía los colegios concertados. No quería ver un uniforme ni en pintura".

Su sufrimiento duró más o menos un lustro. Empezó en segundo de Primaria. En esa época se puso gafas. "Al principio no me afectaba demasiado que me llamasen 'cuatro ojos' porque entraba dentro de lo esperable, pero la cosa degeneró lentamente". Así, un día se encontró solo en el patio. No le aceptaban en ningún grupo. Ni en los equipos deportivos, ni en los corrillos. "Terminé hablando con los chicos con necesidades especiales que había en el colegio, sobre todo con una niña con síndrome de Down. Eran majos, pero el resto de compañeros se burlaba de mí por estar con ellos. Era un círculo vicioso".

Como las notas de Miguel bajaban al mismo ritmo que su autoestima, su familia comenzó a preocuparse. "Los tutores nos decían que era un niño especial e independiente. Pero nada más. No nos daban soluciones", cuenta su madre, orgullosa de tener un hijo "valiente, solidario y responsable". El chaval le da la razón. "No se lo decían únicamente a ella. A mí también. Me etiquetaron como 'especial' sin darse cuenta de que eso era algo muy hiriente".

Un recreo, un balonazo. Un descanso, un insulto. El timbre del final de la jornada, la liberación. Cuando sus padres iban a recogerle se lo encontraban envuelto en lágrimas. "Salía llorando y temía por adelantado lo que me iban a hacer al día siguiente", dice Miguel a modo de explicación. A los 10 años soñaba con marcharse del colegio, pero a los 11 lo veía como su única salida.

"El momento culmen de mi acoso escolar sucedió cuando me volcaron el pupitre con todos mis libros encima. Lloré mucho. Llegó a clase un profesor y se me quedó mirando. Al rato, vino otra maestra a preguntar qué me pasaba y le respondió que yo era un exagerado y tendente a la mentira. Sabía que los profesores no me creían o no me querían creer, pero eso acabó conmigo".

Se matriculó en la ESO en un Instituto público. "De la clase de mi hijo se marcharon otros cinco que no aguantaban más", comenta el padre tras admitir que tuvo sus dudas sobre el traslado, pero que lo principal era el bienestar del crío. La madre asiente y añade que ellos tampoco tuvieron apoyo de otras familias. "Decían que eran cosas de niños".

Miguel buscó su nueva clase en su nuevo pasillo y a la primera de cambio hizo nuevos amigos a los que le parecieron chulísimas sus gafas. "Sentí un flechazo instantáneo al entrar en el instituto y vi que iba a ser feliz. Cambiar de colegio me dio la vida". Han pasado seis años de aquello y casi lo había olvidado. Hasta que Diego saltó por una ventana.

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