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"Esto es tan triste..."

Vecinos solidarios, gente de paso, curiosos con cámaras y agentes de seguros merodean por el lugar del siniestro

Lucía Peláez y su madre, Angélica Granda, ayer, tras la valla de la calle Uría. FERNANDO RODRÍGUEZ

Angélica Granda creció frente al parque de bomberos de Oviedo, que hasta hace unos años estaba en la calle Capitán Almeida. Sus padres tenían un negocio allí y los recuerdos de su infancia están muy vinculados a ellos. Cuenta a muchos entre sus amigos, así que ayer no pudo reprimir la curiosidad y se acercó hasta la calle Uría, con su hija Lucía Peláez, a ver los vestigios del incendio. "Esto es tan triste...", era todo lo que acertaba a decir contemplando la calle cortada, el edificio arrasado y los bomberos trabajando en Uría. Como ella, durante toda la mañana, ciudadanos preocupados y curiosos, con cámaras, de paso por Oviedo y hasta algún que otro agente de seguros ofreciendo sus servicios merodearon por la zona siniestrada.

Lucía Peláez forma parte de la Archicofradía del Santo Entierro y cada Semana Santa procesiona con los bomberos. Ella vio las llamas asolando la casa, el día del incendio. Se acercó hasta allí y llegó, según cuenta, "nada más caerse el edificio".

Ayer, por la mañana, los viandantes parecían evitar Uría. Apenas una decena de curiosos se detuvieron un buen rato, entre ellos Manolín el Gitano, el célebre mendigo ovetense. Sonia Álvarez, de El Entrego, se acercó hasta Melquíades Álvarez. Ha seguido todo lo acontecido estos días por el periódico, muy interesada, y ayer, a la vista de los destrozos, reconocía estar sorprendida por su magnitud. "Yo creía que era menos", se sorprendía. Y lo mismo Andrea Lusich, una paraguaya que solía comprar en la zapatería que ardió y que además era cliente de la peluquería de al lado.

Las tiendas del centro comercial de Oviedo fueron testigos de primera mano de la tragedia y ayer se afanaban en volver a la rutina. Mónica Gallo, propietaria de una tienda de moda en Melquíades Álvarez, justo en la frontera con la zona vallada, decidió abrir por la mañana por su cuenta y riesgo. "El fuego no perjudicó al local, ni hay ningún desperfecto, salvo el olor, pero el cierre, desde el jueves, supone una pérdida de beneficios", explicó. Marce Fernández y Silvia Meana, empleadas de otra tienda, en Uría, mantuvieron cerrado el establecimiento hasta el mediodía del viernes, cuando los clientes regresaron en avalancha, interesados por lo ocurrido y por si les había afectado. El local está intacto y para ellas afortunadamente todo quedó en "un susto gordo".

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