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ARTURO QUEREJETA | Actor, interpreta hoy en el Campoamor "El mercader de Venecia"

"La cultura no interesa a los políticos porque sus beneficios no se ven inmediatamente"

"No soy un purista de lo clásico, las reglas están para beneficiar no para enclaustrar; hay que dejar que el actor vuele libre"

El actor Arturo Querejeta en la piel de Shylock, en "El mercader de Venecia".

Si hubiera que ponerle cara al teatro en España, su rostro sería o se parecería mucho al de Arturo Querejeta (Logroño, La Rioja, 1956). El actor lleva más de 35 años sobre los escenarios, y desde 1992 forma parte de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. "He hecho de todo, no me queda ningún género por tocar", asegura entre risas. Ha trabajado con los directores más importantes del país y se ha metido en la piel de los personajes más destacados del imaginario colectivo. Esta tarde, a partir de las 20 horas, se subirá a la tablas del Campoamor convertido en el judío Shylock, el personaje más oscuro de "El mercader de Venecia" de William Shakespeare. Una función con la que la compañía Noviembreteatro cerrará una exitosa gira de casi 15 meses de duración.

-Hoy cierran en Oviedo la aventura de "El mercader de Venecia".

-Sí, será una función muy especial. Estrenamos esta obra en febrero de 2015 y es un lujo cerrar en un teatro como este. Nos ha dado muchas alegrías este "Mercader".

-¿Qué tiene de especial esta versión de Eduardo Vasco?

-Este texto conjuga dos géneros, la comedia y el drama. Hay una parte divertidísima, hilarante, que se observa a través de tres parejas de enamorados. Es un canto a la belleza, a la vida, a la comprensión, a la piedad entre los seres humanos, su reconocimiento al diferente. Y todo eso se conjuga con la oscura historia de Shylock y su venganza. Esa dicotomía lleva al espectador de un lado a otro, con un cierto trasfondo social.

-Un trasfondo social y económico.

-Cierto. Y muy vigente hoy en día. Habla de lo que ahora llamaríamos ingeniería financiera. Desayunamos todos los días con los créditos y la economía mundial. Este texto habla de hasta qué punto un contrato firmado por ambas partes, aunque sus cláusulas sean extremas, puede y debe cumplirse, aunque ponga en duda los derechos humanos. El contrato de Shylock y el mercader puede asemejarse a la de los clientes de las cláusulas suelo. ¿Son justas? ¿Son legales?

-Lleva décadas interpretando clásicos. ¿Es de los puristas o de los que acepta versiones contemporáneas?

-Me sitúo a medio camino entre el respeto a las versiones, a la escritura y al espíritu del autor, y a su adaptación a las necesidades e intereses del espectador de hoy en día. No soy un purista de lo clásico, tiene unas reglas pero eso no debe ser un corsé. Las normativas están para beneficiarnos, no para enclaustrarnos. Hay que dejar que el actor vuele libre, sin freno.

-¿Es más fácil atraer al público con un Shakespeare que con un título contemporáneo?

-Hacer un Shakespeare es un reto, pero también un seguro de vida. Sus textos dan alas al actor, pero hay que estar a la altura del vuelo. Él y Cervantes son dos genios, dos personas normales que supieron dar respuesta a las preguntas trascendentales de la humanidad. Parece como si nos siguieran hablando. Crearon espejos en los que mirarnos a través de los siglos. El público lo sabe y por eso sigue interesado en verlos. Pero creo que el público que va al teatro, aunque minoritario, también quiere ver textos de ahora.

-La crisis del teatro parece eterna.

-Sí (risas), desgraciadamente siempre ha estado en crisis y siempre estará. La diferencia es que antes del IVA cultural, del que ya aburre hablar y que supuso un navajazo en la yugular, podía vivir un 30 o un 40% de la profesión de él. Ahora vivimos cuatro.

-¿Confía en que un nuevo gobierno cambie algo?

-Soy muy escéptico. En todos estos años he oído de todo. La cultura no interesa a los políticos porque sus beneficios no se ven inmediatamente. No se dan cuenta de que es como la educación, que el fruto se recoge después de varias generaciones. El problema de este país es que hay una parte que vive de espaldas a la cultura, que no la ve interesante ni necesaria, y no invierte en ella ni esfuerzos ni dinero.

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