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El Paseo era una fiesta

En torno a los Álamos la ciudad tejía una completa actividad comercial, con tiendas ya desaparecidas

Un tramo del paseo de los Álamos. lne

A pesar del calor sofocante me apetece seguir contándoles a ustedes alguna cosa más de ese Oviedo que muchos añoran. Antes de seguir con mis historietas, quiero decirles que recibí con gran satisfacción la llamada telefónica de Toni, el popular y ya retirado joyero y relojero, primo segundo mío, puesto que su madre, Adela, era prima carnal de mi padre.

Toni es pura emoción en su llamada y sabe de Oviedo..., sin duda más que yo con mucho, porque, además de tener algún año más que yo, su popularidad en ese rodar trabajando en diferentes sitios, su gracia y el ser cariñoso con todo el mundo, le labró ese amplio conocimiento de nuestros hechos históricos. ¡Eres un fenómeno, Toni! Y sigo.

Me escribió también Ovidio, otro amigo de la juventud, animándome a que siguiese contando cosiquines de aquel Oviedo. Y yo sigo con su permiso.

Cómo no hablar del Paseo de los Álamos, al que se le intentó cambiar el nombre por Paseo de José Antonio en la etapa franquista. Y su perpendicular calle Milicias Nacionales, más bien conocida por la calle de las pulmonías, porque al cruzarla hacía una corriente de aire que traía "pulmonía al canto". Conocimos el paseo con sillas de madera, de tijera como siempre dijimos y que después fueron sustituidas por otras metálicas, de hierro pintadas en blanco.

Me acuerdo del cobrador que paseaba constantemente de arriba a abajo, buen observador que sabía quién ya había pagado o no: hombre muy serio y cortés.

Nuestro paseo lo hacíamos, por la otra acera contraria a lo Álamos Y de esa forma, cuando llovía, que era frecuente, nos cobijábamos bien en el Pasaje, el cine Aramo o en los huecos de los escaparates de Almacenes Botas. Y así paseando, más o menos, desde la Joyería de Pedro Álvarez hasta Casa Montes. Cuando llegábamos a la Escandalera y divisábamos el notable edificio de la Caja de Ahorros, que muchos vimos hacer nuevo y con comercios en sus bajos, donde después solo quedó la farmacia, recordamos el kiosco de Gene, de periódicos, el de los limpiabotas y ya no recuerdo si había una floristería.

Mirando para el frente observábamos la Casa del Termómetro, enfrente de la Diputación y así entrábamos en la calle Fruela, con tiendas antiguas como Antonio Regales, El Mundo, El Encanto, Las Novedades, Los Chicos, Joyería Moyano, Óptica Collado, El Navío, Calzados Minerva y Rocor. Después llegaron Calzados Segarra, Almacenes Fruela y como olvidarnos de Almacenes La Panoya que daba también a Suárez de la Riva, donde tenía un gran cartel en la pared de un hombre que se apoyaba en una guadaña y debajo decía: "Miraime bien, estoy fumando papel de La Panoya".

Y esto no se acaba, lógicamente, porque hay partes de Oviedo que merece la pena reseñar. Así que, si sigue existiendo el buen humor, el sol no acaba con nosotros y si este periódico me lo permite, continuaremos reseñando sobre coses vieyes que aún están en nuestra memoria.

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