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Jesús Arévalo | Técnico afinador de pianos y empresario

"Ahora ya no me encuentro pianos modernos con las teclas desgastadas"

"De pequeño trabajé en el campo, que me encanta, y fui panadero; he llegado a hacer un curso de tractor en Siero"

Jesús Arévalo. irma collín

Jesús Arévalo (Navalagamella, Madrid), puede ser considerado un genio, un loco o una institución. Lo que está claro es que este madrileño convertido en ovetense desde la adolescencia, afinador de pianos, vendedor de todo tipo de instrumentos musicales y protector de muchos ya desahuciados, ha tenido el privilegio de afinar el Stenway de Arthur Rubinstein y de surtir de libros de solfeo y teoría musical a miles de estudiantes del Conservatorio de Oviedo que acudían a la tienda de la plaza Porlier como a una especie de santuario. Arévalo es parte de la esencia musical de Oviedo, y aunque él en su modestia no se considera músico, sí reconoce el orgullo de ver como su hijo Jesús Ángel, reconocido compositor, y sus hijas Ana y Marián, siguen sus pasos en el negocio familiar. Lo que pocos saben es que uno de los hombres que más sabe de pianos en España es también un apasionado del campo, reminiscencias de la infancia en la finca familiar de Navalagamella, en el municipio de San Lorenzo del Escorial, y que llegó a hacer un cursillo de tractorista en la granja escuela de Siero.

Un niño feliz criado en Madrid y reconvertido a ovetense. "Pasé mi infancia en Navalagamella, donde la familia se dedicaba a tareas agrarias. En la escuela estudiaba la enciclopedia y ayudaba en las labores del campo. La afición musical me viene porque un hermano de mi padre, al que no le gustaba le campo, se marchó a Madrid y primero pasó por Valdemorillo a donde aprendió solfeo con un sacristán. Luego se fue de lazarillo a Madrid donde aprendió a afinar. Estableció amistad con las mejores casas de pianos de Madrid. Se especializó en autopianos, las pianolas, que entraban por Irún. En cierta ocasión una destinada a una casa de Oviedo llegó averiada y así vino a la ciudad. Aquí conoció a Ascensión Folgueras, mi tía que era profesora de la Escuela de Música de Oviedo. No tuvieron hijos y con tres años me trae mi madre. A los trece años volví para quedarme con mis tíos. Para entonces ya había sido panadero, que fue mi primer oficio.

Con mi tía aprendí solfeo. Me examiné con Adelina Abruñedo. Hice Armonía con Vicente San Timoteo, que fue director de la orquesta sinfónica y y piano con Mario González Nuevo. Vivíamos en la plaza de Santa Clara, número 20. Fui un niño feliz. Jugaba con mis amigos y trabajaba con mi tío para la tienda de Pilarina Salazar, que era Víctor Sáez sucesora, y para Casa Viena. Pilar Salazar fue como mi segunda madre, me ensalzaba siempre y todos los trabajos me los daba a mi. También trabajaba allí Paquita Guerra, que era su mano derecha. Mi tío también tocaba en las salas de fiesta, en los bajos del Filarmónica y en El Palacete, que estaba donde la plaza del Mercado. Entre mis primeros clientes tuve a la gran Purita de la Riva y al Seminario, donde se estudiaba mucho piano".

"Pianero" de vocación, entregado a su trabajo. "Siempre tendré presente la amistad y el cariño que me unía a Juan Luis Ruiz de la Peña, Alfredo de la Roza, y José Gabriel (Pepito) el administrador que transformó el Seminario. Siempre he tenido mucha amistad con los sacerdotes. Tampoco quiero olvidar a Jaime Álvarez-Buylla, Chema Martínez, y tantas personas ligadas a la música. Me casé en Fresnedilla de la OIiva, a 18 kilómetros del Escorial. A mi mujer, Angelines Manzano, la conocí porque yo jugaba al fútbol con su hermano. Yo no soy pianista soy pianero, totalmente entregado a un trabajo que es artesanía pura. Llegué a restaurar el antiguo piano del café El Suizo, en la plaza de Riego, que estaba para tirar; también la armoniola del Seminario. He seguido puntualmente las crónicas y comentarios de grandes críticos musicales como Guillermo García-Alcalde, Florestán, Manuel Merló Salinas, Mercedes Barón de Arnaiz y Luis Arrones, entre otros".

Pianos sin teclas desgastadas . "Ahora se estudia menos, no me encuentro pianos modernos con las teclas desgastadas. Los niños aprenden de otra forma, pero lo importante es que se aficionen a la música".

De la calle Puerto de Pajares a Porlier y Santa Cruz. "La primera tienda que abrí fue en la calle Puerto Pajares, yo era el afinador de Pilarina Salazar y de Casa Viena y llegó un momento en el que me plantee vender pianos. Las grandes marcas ya las tenían las tiendas de Oviedo, así que me fui a Barcelona y de allí me mandaron a San Sebastián donde estaba el piano Offberg que era polaco y que distribuía Keller en Zarauz. Era bonito y sonaba bien y más barato que los famosos. Las distribuidoras se dieron cuenta de que mi gran ventaja es que yo también era técnico y eso no lo tenían otras casas. Surgió la posibilidad de comprar el local de Porlier y allí ya empezamos a vender todo tipo de instrumentos y partituras. Al quedarse pequeño el local alquilé el actual de Marqués de Santa Cruz. He tenido muchos clientes de las Cuencas Mineras donde la afición al piano fue enorme y siento gran admiración a las grandes profesoras de música de las madres Dominicas y la grandes sagas musicales de la ciudad como los Álvarez-Buylla, Ruiz de la Peña y Alonso Vega. También y fui íntimo amigo de Juan Jesús Ronzón, que poseía una gran cultura musical y un oído privilegiado".

El encuentro con Rubinstein y Achúcarro. "He conocido a Arthur Rubinstein, que tocaba un Stenway; a Claudio Arrau, José Iturbi, que traía un Goodwin, Alicia de la Rocha, a la que le afiné el piano ocho veces; Joaquín Achúcarro y ovetenses, como Jesús González Alonso y un gran ramillete de pianistas asturianos, que han desaparecido, así como Genoveva Gálvez, concertista de clave.

El técnico de la Sociedad Filarmónica de Oviedo. "Ha sido un gran honor y responsabilidad desde joven ser el afinador de la Sociedad Filarmónica de Oviedo. No haber tenido un solo problema en tantos años me confiere cierta autoridad y me aporta satisfacción por un trabajo bien hecho".

Nostalgia de cosas de Oviedo. "Siento nostalgia por la pérdida de emblemas como la fábrica de loza de San Claudio, la de cerveza El Águila de Colloto y la escuela de aprendices de la fabrica de armas de Trubia. Me duele que no se protejan las aguas termales en Asturias y como me gusta tanto el sector agrario reivindico como los mejores arbejos del mundo los de los Llanos de Somerón".

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