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El Calatrava, "disturbio formal"

El crítico de arquitectura Llàtzer Moix expone "ambiciones, excesos y frustraciones" del edificio creado por el proyectista valenciano

Santiago Calatrava, durante la construcción del palacio de Buenavista.

Dicho en breve, el palacio de Calatrava es para el crítico de arquitectura Llàtzer Moix "un disturbio formal y un compendio de errores". Pero va más allá: "Entre las menos afortunadas obras de Calatrava, algunas optan al título de peor obra del autor. El complejo de Buenavista es un serio aspirante a dicho título".

Así arranca el capítulo XV (18 páginas) del libro que acaba de publicar Moix: "Queríamos un Calatrava. Viajes arquitectónicos por la seducción y el repudio" (Anagrama, 318 páginas), y cuya portada viene ilustrada precisamente por una foto del edificio de Buenavista.

Llàtzer Moix (Sabadell, 1955), ha sido durante 20 años responsable de la información cultural de "La Vanguardia" y diario del que en la actualidad es subdirector, editorialista y columnista, además de seguidor de sucesos arquitectónicos. Para confeccionar el libro ha entrevistado a un centenar de personas y ha viajado a unas 15 ciudades, para así reflejar al personaje y a la obra del controvertido Santiago Calatrava (Benimámet, Valencia, 1951).

A la hora de enumerar sumariamente los motivos para que el edificio ovetense aspire al referido título, Moix expone que "sus promotores concibieron la operación prestando no menos atención a su interés particular que al colectivo", o que "Calatrava le dio una escala desmesurada, que se impone a codazos en la trama urbana preexistente".

Y también lo es porque "durante su construcción se registraron episodios ominosos, como el derrumbe de la losa del graderío del palacio de congresos", y "acumuló una serie de ambiciones, excesos, descontroles, riesgos y frustraciones, culminadas con la inmovilidad definitiva de la colosal pestaña móvil llamada a coronar el palacio y ser su rasgo distintivo".

A partir de esos preámbulos, y tras relatar cómo "al doblar una esquina se me apareció una de las extremidades del 'centollu'", el autor repasa cronológicamente los sucesos del edificio, comenzando por la creación de la empresa Jovellanos XXI -"en el devenir de esa sociedad iban a resonar ecos caciquiles que desvirtuaron la promesa de progreso y futuro"-, hasta la sentencia del pasado mes de junio, por la que el Ayuntamiento de Oviedo "fue condenado a pagar 25 millones de euros a Jovellanos XXI", que se halla en concurso de acreedores. A este último capítulo de la historia del Calatrava, Llàtzer Moix le agrega un lapidaria frase del arquitecto valenciano, Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1999: "He recibido veinte veces el honoris causa, tengo muchos premios de calidad y he construido 50 puentes en todo el mundo sin ninguna queja".

Sin embargo, el proyecto ovetense se fue torciendo en varios momentos, por ejemplo, con "acusaciones cruzadas y agrios episodios judiciales" entre la empresa promotora y el arquitecto. "Los abogados de Jovellanos XXI no dudaron en atribuir errores a causas como el retraso en la entrega de los diferentes documentos que integran el proyecto". O con la demora de seis meses a causa del hundimiento de la referida estructura del palacio, consecuencia de "fallos de concepción y de supervisión", afirma Moix.

El colofón de todo ello fue "el fracaso de la visera móvil", causado en parte por "las crecientes dimensiones" que Calatrava deseaba para su obra ovetense.

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