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El videoclub, contra los gigantes

En Oviedo apenas sobreviven dos tiendas de alquiler de películas l "No nos rendimos; ofrecemos calidad, asesoramiento y atención personalizada", subrayan los propietarios

La ovetense Ángela García Magadán busca una película en el videoclub de la calle Comandante Vallespín. Julián Rus

Si ellos tuvieran que elegir un título para sintetizar el presente y el futuro de sus negocios, no querrían un lema agónico del tipo "Ante el abismo" o "Los últimos de Filipinas", sino más bien "A contracorriente" o "El desafío de los gigantes". A finales del siglo pasado, en Oviedo llegaron a funcionar varias decenas de videoclubes, quizá en torno al medio centenar. En la actualidad, quedan dos: uno dedicado monográficamente a las películas y otro que comparte en un mismo local cine con juguetes, chuches o material escolar. Son los supervivientes de varios tsunamis tecnológicos y culturales, pero siguen creyendo en lo que hacen: "Ofrecemos calidad, asesoramiento y atención personalizada", argumentan los propietarios de las citadas tiendas, una ubicada en la calle Comandante Vallespín (barrio de La Argañosa) y otra en La Corredoria.

"No nos importa competir honestamente con rivales como la televisión, internet o las nuevas plataformas de cine; nuestra principal competencia es el pirateo, y ahí no sólo nos ganamos la vida, sino que prestamos un servicio a la sociedad", coinciden en señalar Amador Villavirán y Cristina Menéndez, responsables de los videoclubes ovetenses que suman conjuntamente casi 30.000 socios.

El primero de ellos lleva en el sector 28 años, en los que ha conocido el auge y la caída del alquiler de películas. Tiene frescas en su mente las colas de representantes de las diversas compañías que venían a venderle sus películas (ahora recibe a un único representante que ofrece todo lo que hay). También recuerda aquellas invitaciones de las cinematográficas para viajar a Madrid en compañía de su esposa y asistir a estrenos sonados. De esa etapa dan fe algunas fotografías con actores famosos que cuelgan de las paredes de su local, entre ellas una con el inefable Chuck Norris.

Entre tanto, Cristina Menéndez empezó a trabajar en un videoclub con 18 años y ahora suma tres lustros con su propio negocio: "Cuando me instalé en La Corredoria observé que había pocas tiendas de cosas para niños, y decidí compaginar las dos facetas. Con el paso del tiempo, esta dedicación secundaria fue ganando terreno, pero estoy muy contenta atendiendo a niños y mayores".

Entre estos dos "pequeños empresarios" -así se denominan- no existe una dinámica de competencia, sino más bien de cooperación. No sólo porque les separan varios kilómetros, sino porque tienen asumido que "lo que le va bien a uno redunda en beneficio de los demás, y al revés". En consecuencia, "cuando me entero de que cierra un videoclub no me alegro, aunque a corto plazo me proporcione algunos clientes nuevos", señala Cristina Menéndez. "Sabemos que estamos condenados a la incertidumbre sobre el futuro, pero no nos rendimos. También habrá que ver cómo evoluciona la competencia, y si realmente la gente está dispuesta a pagar por servicios como los que ofrece la plataforma Netflix", subraya Fernando Villavirán, quien lleva con su padre la tienda de Comandante Vallespín.

Los dueños del videoclub de Comandante Vallespín disponen de una nutrida base de datos de unos 24.000 socios. Admiten, no obstante, que pueden ser activos aproximadamente la cuarta parte del total. También es cierto que "unos se marchan y otros vuelven, y los que vuelven se encuentran con que sus datos siguen aquí". Amador y Fernando Villavirán subrayan que una de las pruebas de que el negocio no está muerto es que "en lo que va de año llevamos unos 200 socios nuevos".

Cristina Menéndez, en sus 15 años en La Corredoria, acumula 5.800 socios. "Lógicamente, no alquilan todos, pero tengo una clientela fiel y, sobre todo, muy cinéfila, a la que le gusta ver buen cine y quiere calidad", señala.

¿Y quiénes son esos socios? ¿Por qué continúan acudiendo a un tipo de tienda que parece haber caído en desuso? Ángela García Magadán ofrece algunas pistas. Ingeniera forestal, vive en el barrio de la Florida y es socia de la tienda de Comandante Vallespín. "Aparte de que no me gusta descargar películas de internet, lo que descargas es de muy mala calidad. Y luego te llegan los problemas de virus y tienes que formatear el ordenador, además de que no controlo mucho de informática", explica Ángela García, quien suele inclinarse por los filmes de ciencia-ficción.

Graciela Blanco tiene un negocio de hostelería en San Claudio. Suele ver cine en familia, y preferentemente por semana, pues los fines de semana no se lo permite el trabajo: "No me gusta ver películas por internet. Cuesta mucho descargarlas, el ordenador se queda colgado, la imagen se te va... Es mucho más cómodo venir al vídeoclub y coger una peli sabiendo que vas a verla entera y sin ningún problema", explica. Ha devuelto "Premonición" e "Infierno azul". "Me gusta todo tipo de cine, menos las películas españolas, que me parecen malas", sentencia.

Samuel Orta vive en Colloto. El gusto por el "ambiente videoclub" le ha convertido en cliente habitual de Cristina Menéndez en La Corredoria. "Me gustan mucho las películas y las series históricas", relata. Una serie que le está apasionando es "Vikingos": "Estoy deseando ver la cuarta temporada". Es una de esas personas que, cuando algo le gusta, lo ve varias veces más. En esta ocasión, se lleva para casa la segunda parte de "Independence Day": "Imagino que será una fantasmada, pero algunas veces hay que arriesgar", bromea.

Las últimas novedades son el principal criterio de elección de los clientes. El ritmo no es constante, pero cada semana llegan a los videoclubes entre ocho y diez títulos nuevos. Los responsables de las tiendas piden copias en función de la demanda que pronostican. "La leyenda de Tarzán" y "Jason Bourne" son algunos de los grandes estrenos en DVD de estos días.

Los precios de alquiler suelen oscilar entre los dos y los tres euros por película. En las series, el precio es más alto y, como contrapartida, el periodo de préstamo es más prolongado. "No existe una actividad de ocio más barata", asevera Amador Villavirán, quien aporta cifras aproximativas: "Un mes bueno podemos alquilar en torno a 2.400 películas; un mes flojo, unas 1.700". La pauta general, agregan los Villavirán, puede resumirse en el refrán "a mal tiempo, buena cara". Es decir, los fines de semana fríos y lluviosos son los mejores para los videoclubes. En el caso de Cristina Menéndez, al compaginar dos tipos de oferta, los ritmos de negocio no están tan predeterminados, ya que la demanda de chucherías, snacks, chocolatinas, bebidas o juguetes sigue una lógica distinta.

En los tiempos recientes, a los videoclubs han llegado películas de alta calidad de imagen y sonido -la modalidad "blu-ray"- que se alquilan a un precio ligeramente superior. Las de tres dimensiones requieren unas gafas especiales para ser visionadas. La demanda de este tipo de películas puede representar "el 20 por ciento del total", calcula Fernando Villavirán.

Los propietarios de videoclubes reconocen que el futuro del sector está marcado por la incertidumbre. Lejos están aquellos años en los que el alquiler superaba en volumen de negocio al cine. "Necesitamos un poquito de estabilidad que al menos nos permita planificar a medio plazo", subraya Amador Villavirán, quien durante algún tiempo presidió un colectivo de ámbito nacional. Los cierres son frecuentes. Incluso resulta difícil realizar una estimación de cuántos videoclubes funcionan en España. Podrían ser entre 500 y 600, aventura. "En Gijón hay unos cuantos", indica, como contraste a lo que sucede en Oviedo.

Pero las dudas sobre el futuro no se circunscriben a los videoclubes. "Habrá que ver qué sucede cuando los clientes de Netflix dejen de disfrutar de las ofertas iniciales y tengan que empezar a pagar a tocateja", advierte Fernando Villavirán, quien apostilla que "en España pesa mucho la cultura de la gratuidad".

Cristina Menéndez aporta una reflexión: "Las plataformas digitales son competencia para nosotros, pero competencia legal. Eso no nos preocupa, porque tenemos más títulos y más novedades, y un trato personal que un ordenador no puede dar. Lo peor son las plataformas ilegales, en las que la gente consume cine en el que la voz y el sonido no están compensados, el doblaje es sudamericano, la película se corta o se ve oscura. Siempre habrá gente que quiera calidad y buen cine, y eso es lo que nosotros ofrecemos".

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