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Cómo saber si mi hijo tiene un trastorno mental

Es importante distinguir las conductas propias de la adolescencia de las que pueden resultar anormales

Criar y educar a los hijos no es una tarea sencilla; sobre todo si queremos ser unos padres adecuados, que no perfectos. No hay nada peor para unos hijos que tener un padre o una madre "perfectos".

Los padres adecuados, obviamente, se preocupan por sus hijos. Y una preocupación bastante frecuente es sospechar que algún hijo o hija se esté trastornando psíquicamente y qué hacer al respecto. En los menores, cuando tiene lugar una posible patología, ésta se manifiesta de una manera más ostensible en su conducta; ya que su expresión es espontánea y sin tapujos. Se detecta abiertamente en casa, en el colegio, en la consulta del pediatra y en los diversos contextos donde el niño se desenvuelve, con lo que se puede intervenir antes.

Puede ser más dificultoso en la adolescencia, donde la línea entre lo normal y lo patológico no pocas veces está difusa.

Siempre se ha dicho de los adolescentes que "están en una edad difícil". Y es cierto; difícil para el adolescente, difícil para los padres y difícil para el entendimiento entre ambas partes.

Se trata de una etapa de transición entre niño-hombre y niña-mujer, con unos vertiginosos y abundantes cambios fisiológicos, hormonales, corporales e incluso cerebrales. Muchas veces, ni el propio adolescente se entiende a sí mismo y vive su interior como un volcán en erupción.

Es habitual que surjan las rebeldías y el intento de "romper los moldes"; quieren ser ellos, buscan su propia identidad, no quieren ser encorsetados por los padres. Pero aún no tienen la suficiente madurez y experiencia como para saber dónde están los límites y, no pocas veces, se pasan a terrenos pantanosos.

Un signo de que un adolescente se está trastornando es observar cambios muy bruscos en su temperamento habitual. Un hijo habitualmente risueño y comunicativo, de pronto se encierra en su cuarto, en sí mismo, se torna mudo y distante y parece no sentir; no expresa sus sentimientos y emociones o lo hace de forma muy desabrida (cuando antes nunca fue así). Es presa de un aislamiento frío, abandonando amistades, evitando el contacto social e incluso los estudios.

No se debe confundir con el adolescente "vaguete" o perezoso, que prefiere divertirse a estudiar o la consola, el móvil y el ordenador al libro de matemáticas. Eso sería lógico, no patológico.

Hay que prestar atención a conductas extrañas o extravagantes, no a modos de vestir, cortarse el pelo o ritmos musicales. Eso forma parte de su tribu y busca mimetizarse con el grupo. Me refiero a actitudes más raras, incongruentes, sin un sentido definido o con una definición que podría ser catalogada como delirante. En ese caso, los padres deberían asesorarse con un profesional de la salud mental por un posible trastorno psicótico.

Otros trastornos de menor gravedad, pero no menos importantes, son los que hacen sufrir al adolescente. Como la ansiedad o la depresión, a veces manifestada de forma peculiar, con agresividad o ira (moderadas, claro). Les sale como emoción más espontánea que la tristeza, que exige un cierto grado de madurez.

Con menos frecuencia, afortunadamente, pueden darse trastornos de la personalidad disocial. En esos casos la conducta tiende a ser ya delictiva: robos, mentiras graves, fugas de casa, trapicheos con drogas y violencia física, son algunas de las conductas típicas .

Sería muy extenso definir todos los posibles trastornos. Pero si los padres mantienen, sobre todo, un adecuado nivel de comunicación y escucha activa de sus hijos, no les será difícil detectar una desviación anormal de su crecimiento.

Y si no se sabe hacer, se aprende o se busca ayuda, para eso estamos los profesionales de la salud mental.

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