La Archicofradía del Santo Entierro y Nuestra Señora de los Dolores es el resultado de siglos de tradición. Se proclama heredera de la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad y Ánimas Antiguas, de 1777, que surgió a su vez de la fusión de otras dos cofradías del siglo XVII. Enlaza directamente con la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores, constituida a mediados del siglo pasado y en 2014 se adhirió a ella la Archicofradía de las Hijas de María. Cargado con toda esa historia, el Santo Entierro sale en procesión cada Viernes Santo y la misma congregación pasea a la mañana siguiente a la Dolorosa, trasmutada en Virgen de la Soledad.

Las cofradías y congregaciones que confluyeron finalmente en la Archicofradía del Santo Entierro siempre han estado vinculadas a la parroquia de San Isidoro. Sus miembros, con el hermano mayor, Joaquín Iglesias, al frente, están orgullosos de preservar su legado de fe. "Seguimos la línea de la tradición en Oviedo, hablamos de los capuchones, no de capirotes, y sacamos el Santo Entierro a hombros", comenta Iglesias, y junto a él asienten dos de sus compañeros, José Antonio Bóveda y Gabriel Núñez. Ellos marcan distancias con innovaciones como la de sacar los pasos a costal, importada de la Semana Santa andaluza. Les basta su Virgen, dicen. "Es la imagen que más tirón popular tiene, sin duda", afirman, e Iglesias añade que es fácil "identificarse con una madre que sufre y dejarse llevar por la emoción que transmite".

La Señora de Oviedo, que es el título que los devotos dan a la Dolorosa, tiene la Medalla de Oro de la ciudad desde el año 2006. Es la máxima distinción que concede la Corporación municipal. La talla, atribuida a Antonio de Borja y Zayas, data del siglo XVII. Y el estandarte de la Archicofradía luce como emblema la imagen del corazón de María traspasado de dolor.

De los trescientos hermanos del Santo Entierro la mayoría son mujeres. Hay también muchos niños y a los más pequeños, de entre cinco y diez años, que sacan al Niño Jesús en procesión, se les llama morabetinos. Ese era el nombre de unas monedas en circulación en la España almorávide y con el que se quiere dar idea de lo valiosos que resultan los niños para la cofradía.

Más allá de las procesiones, la Archicofradía, que lo es por reconocimiento papal, mantiene la actividad durante todo el año. En el año 2009 inauguró la Casa de Hermandad, en la calle Jesús, y allí organizan todos los miércoles, entre las siete y las nueve de la tarde, el "café del cofrade", en el que invitan a alguna personalidad a charlar. Los hermanos salen en peregrinación al santuario de Covadonga una vez al año y montan un belén de cumbres cada Navidad.

El relevo generacional parece, a día de hoy, garantizado, por la fidelidad y el entusiasmo de los cofrades más jóvenes. Ainhoa Cuellar, Patricia Lago, Teresa Álvarez y Pelayo Rodríguez son algunos de los chiquillos que acuden puntualmente a los ensayos. Muchos siguen el camino de sus padres, también cofrades; otros llegan desde la catequesis. Se entregan muy animosos a los ensayos, que dirige su capataz desde hace ocho años, Miguel Vega, y son la garantía de que la Señora seguirá paseándose por Oviedo cada Semana Santa.